América Latina en un mundo a la deriva Desafíos y perspectivas

Dr. Atilio Borón1

Resumen

En un mundo que es un mar de incertidumbres y acechanzas destaca una notable excepción, una certeza inconmovible: el sistema internacional ha cambiado, radicalmente, y su mutación es irreversible. El orden mundial, es decir, el conjunto de normas, leyes e instituciones forjadas en la postrimería de la Segunda Guerra Mundial está en crisis. Su institución insignia, las Naciones Unidas, se debate en la inoperancia. Su capacidad para ordenar la miríada de transacciones de todo tipo que se desarrollan en un mundo cada vez más pequeño y entrelazado ha declinado casi hasta la nulidad absoluta.

Descriptores

Orden mundial, imperio, poderío globalizador, conflicto armado

Recibido: 21 de julio, 2017 Aprobado: 16 de agosto,2017

1Ph.D. en Ciencia Política por la Universidad de Harvard (1976); magister en Ciencia Política de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (1968) y licenciatura en Sociología y diplomado de honor de la Universidad Católica Argentina (1965). Actualmente es investigador superior del Consejo Nacional de Investigación Científica y Tecnológica de Argentina y director del Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.

Trabaja ad honórem como profesor titular consultor en la Universidad de Buenos Aires y como investigador del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe. Sus líneas de investigación son filosofía política y teoría marxista.

Latina America in a world Adrift challenges and perspectives

Dr. Atilio Borón2

SUMMARY

In a world immersed in a sea of uncertainty and hazards, one exception stands out as an unyielding certainty: the international system has changed radically, and its mutation is irreversible. The world order - standards, laws and institutions - forged in the aftermath of the Second World War, is in crises. Its signature institution, the United Nations, is ineffective. Its ability to organize the myriad and diverse transactions that develop in an increasingly smaller and interlinked world, has declined nearly into absolute nullity.

Keywords

World order, empire, globalizing power, armed conflict

Received: 21-07-2107 Accepted: 16-08-2017

2Ph.D. in Political Sciences from Harvard University (1976); Master’s in political science from the Latin American College of Social Sciences (1968) and Licentiate in Sociology with an Honors Bachelor’s degree from the Catholic University of Argentina (1965). He is currently a senior researcher with the National Council for Scientific and Technological Research in Argentina and Director of the Latin American Program for Distance Education in Social Sciences with the Floreal Goriene Cultural Center for Cooperation.

He works ad honorem as a tenured Consulting Professor with the University of Buenos Aires and as researcher for the Institute for Studies on Latin America and the Caribbean. His areas of research include political philosophy and Marxist theory.

Introducción

En un mundo que es un mar de incertidumbres y acechanzas destaca una notable excepción, una certeza inconmovible: el sistema internacional ha cambiado, radicalmente, y su mutación es irreversible. El orden mundial, es decir, el conjunto de normas, leyes e instituciones forjadas en la postrimería de la Segunda Guerra Mundial está en crisis. Su institución insignia, las Naciones Unidas, se debate en la inoperancia. Su capacidad para ordenar la miríada de transacciones de todo tipo que se desarrollan en un mundo cada vez más pequeño y entrelazado ha declinado casi hasta la nulidad absoluta. El síntoma tal vez más grave es que el propio centro del imperio, Estados Unidos, se ha ido convirtiendo progresivamente en un violador serial de la legalidad internacional. El bombardeo a la República Federal de Yugoslavia, ordenado por Bill Clinton y secundado por la OTAN, ignorando una decisión contraria del Consejo de Seguridad fue un hito significativo en un proceso que venía desarrollándose pero que se aceleró durante su presidencia. Los años posteriores no hicieron sino acentuar ese proceso, especialmente después del 11-S cuando la violación de los derechos humanos y del orden legal internacional adquirió características arrolladoras3. Las administraciones de los presidentes George W. Bush y Barack Obama exacerbaron aún más esta tendencia. En el caso de este último, asombrosamente galardonado con un premio Nobel de la paz a los pocos meses de iniciar su mandato, muestra con patetismo el olímpico desprecio de Washington por los principios establecidos en la Carta de las Naciones Unidas. Baste con recordar que su país estuvo en guerra y desplegó acciones militares durante cada día de los ocho años que duró su mandato.

La descomposición del orden mundial de posguerra no podía dejar de tener una contraparte militar. El derrumbe del bipolarismo que, pese a sus tensiones, contuvo buena parte de los conflictos que se daban en el planeta, produjo una especie de metástasis de la violencia antaño focalizada y en buena medida encerrada en las dos potencias que se disputaban la primacía global: Estados Unidos y la Unión Soviética. Una vez desintegrada la segunda, muchos creyeron en la propaganda difundida profusamente por la administración Clinton que aseguraba que, bajo las nuevas condiciones internacionales, se produciría una significativa reducción del gasto militar de Estados Unidos y que esos ahorros se transformarían en “dividendos para la paz”.

Desgraciadamente no fue así y, si bien al promediar la década de los noventa del siglo pasado el presupuesto del Pentágono se redujo, poco después recuperó su ritmo ascendente. No es un dato menor reconocer que según los expertos el gasto militar total de Estados Unidos equivale al de todos los demás países del planeta y que, según estimaciones que contemplan no solo los gastos propiamente militares (armamentos, equipos, tropas, instalaciones) sino también la atención médica y psiquiátrica de los veteranos de guerra, la “ayuda” militar a países vasallos, los gastos de reconstrucción de algunos territorios devastados por Washington y toda una parafernalia de partidas militares disimuladas bajo otros nombres y, a menudo, canalizadas por aparentemente inocentes ONG la cifra final del gasto militar estaría superando el billón de dólares, es decir, el millón de millones de dólares.3

El colapso del bipolarismo tuvo consecuencias desagradables: entre ellas, la proliferación de la venta ilegal de armas, incluyendo el contrabando de material nuclear, desde las exrepúblicas soviéticas. Al mismo tiempo armas convencionales de enorme poder se transan cada vez con mayor impunidad en un boyante mercado mundial, dotando a nuevos actores internacionales no-estatales de un poder de fuego inalcanzable anteriormente. El caso del Estado Islámico y el formidable armamento con que cuenta es el más conocido, pero está lejos de ser el único dentro de esta tendencia desgraciadamente generalizada a lo largo y a lo ancho del planeta.

Todo este cuadro se complejiza muchísimo más si se tiene en cuenta que, a diferencia del período en el cual se constituyó el hoy languidecente orden mundial, que se caracterizaba por tener elevadas tasas de crecimiento económico, el actual es un período de recesión, estancamiento o, en el mejor de los casos, de muy bajas tasas de crecimiento las cuales tienen un efecto deletéreo sobre la estabilidad del sistema internacional porque alientan guerras comerciales que, como lo prueba la historia, si no culminan en enfrentamientos militares de seguro aumentarán el gasto en defensa de los diferentes países.

Para resumir este argumento digamos, entonces, que la actual coyuntura internacional muestra los siguientes rasgos:

a.Se trata de una creciente disyunción entre un orden mundial envejecido que, por su anacronismo, es incapaz de regular las transacciones que se producen en el sistema internacional.

b.Una rápida transición que desde la segunda mitad del siglo veinte atestiguó la creación y caída de dos regímenes internacionales: el bipolarismo Estados Unidos - Unión Soviética, que se derrumbó en 1991, y el unipolarismo norteamericano (con la ilusión del “nuevo siglo americano”) que solo alcanzó a perdurar una década, desplomándose al unísono con la caída de las Torres Gemelas el 11 de setiembre del 2001.1

c.A partir de esa fecha se observa la emergencia de un nuevo régimen internacional: el multipolarismo, cuyo signo distintivo es la constitución de numerosos centros de poder (económico, financiero, político, militar, cultural) que ponen límites al accionar, prácticamente ilimitado, que Estados Unidos tenía en el pasado.

La transición geopolítica global

El presidente ecuatoriano Rafael Correa sintetizó elocuentemente este conjunto de fenómenos cuando dijo que “no vivimos una época de cambios sino un cambio de época”, dos situaciones totalmente distintas. Un cambio de alcance global que provoca reacomodos en las turbulentas aguas del sistema internacional, donde son desafiadas anquilosadas jerarquías y prerrogativas construidas por el imperialismo, y los antiguos anhelos de los pueblos de la periferia irrumpen con fuerza inusitada. Épocas, como lo recordaba Antonio Gramsci en sus estudios sobre la realidad política italiana, en las cuales lo viejo no termina de morir y lo nuevo no acaba de nacer y, por eso, pueden originar toda clase de aberraciones. Una sobria lectura de los acontecimientos mundiales en curso comprueba lo cierto en que estaba el fundador del partido comunista italiano al formular sus observaciones acerca de las monstruosidades que pueden ocurrir en esas fases de viraje, especialmente en el hobbesiano terreno de las relaciones internacionales.

En los últimos años se desencadenó una vertiginosa serie de cambios – sintetizados anteriormente- que acentuaron la volatilidad y peligrosidad del sistema internacional.

De manera sintética y con el fin de proponer algunos ejes argumentativos plantearemos dos tesis principales: primera, la constatación del debilitamiento del poderío global de Estados Unidos como centro organizador del imperio. Segunda, y corolario de la anterior, la ratificación histórica de que en su fase de descomposición los imperios se tornan mucho más agresivos y sanguinarios que durante sus períodos de ascenso y consolidación.

La primera de las dos tesis remite a un dato crucial de nuestro tiempo: el evidente debilitamiento de la otrora incontrastable primacía de los Estados Unidos en el sistema internacional. El derrumbe de la Unión Soviética y la construcción de un orden unipolar a inicios de los años noventa del siglo pasado hicieron que algunas mentes afiebradas cercanas a la Casa Blanca (y sus epígonos en América Latina y el Caribe) creyeran que el mundo se hallaba en los umbrales de un “nuevo siglo americano”. Ese ingenuo “superoptimismo”, como tiempo después lo caracterizaría Zbigniew Brzezinski, era una mezcla de arrogancia e ignorancia que estaba llamada a durar muy poco tiempo, tal como antes le ocurriera a las disparatadas tesis del “fin de la historia” predicadas por Francis Fukuyama.5

Con los atentados del 11 de setiembre del 2001 el unipolarismo norteamericano se disipó de la noche a la mañana. En el período abierto a partir de esa fecha el sistema internacional presenta un rasgo absolutamente anómalo: un creciente policentrismo en lo económico, político y cultural que coexiste, con muchas dificultades, con el recargado unicentrismo militar estadounidense. Esto quiere decir que en los últimos años surgieron nuevos actores y nuevas realidades que hicieron del sistema internacional una arena más plural y compleja que antes y, por esa misma razón, tuvieron mayores desequilibrios que antaño. Como respuesta a estos procesos, la Casa Blanca se olvidó de los “dividendos de la paz” -que según sus voceros sobrevendrían una vez desaparecida la Unión Soviética- y pocos años más tarde terminó por acrecentarlo desorbitadamente, convirtiendo a las fuerzas armadas estadounidenses en una infernal maquinaria de destrucción y muerte que dispone de la mitad del presupuesto militar mundial. No existen antecedentes históricos de tamaña disparidad en el equilibrio militar de las naciones.

No obstante, como lo ha señalado en más de una oportunidad Noam Chomsky, este aterrador poderío militar le permite a Washington destruir países, pero no puede ganar guerras. Así lo demuestran la temprana experiencia de la guerra de Vietnam y, más recientemente, el fiasco de la Guerra de Irak (2003-2011) y la aún en curso en Afganistán.

Según el ya aludido Brzezinski hay seis nudos problemáticos que, desde Estados Unidos, explican su declive:

1.El imparable crecimiento de la deuda pública que según este autor colocaría a ese país en una situación de crisis financiera semejante a la que en su momento sentenció el destino del imperio romano y, más recientemente, en el siglo veinte, del británico.

2.La insalubre gravitación del capital especulativo y del mundo de las finanzas en general, causante de la crisis del 2008 cuyas consecuencias económicas y sociales han sido profundamente deletéreas para el conjunto de la población norteamericana.

3.La creciente desigualdad económica y el estancamiento del proceso de movilidad social ascendente, que junto al factor antes mencionado deteriora el consenso democrático que necesita la estabilidad del sistema. El coeficiente Gini que mide la desigualdad en materia de ingresos sitúa a Estados Unidos en un nivel similar al de los países subdesarrollados, y en una situación más desventajosa que Rusia, China, Japón, Indonesia, India, Reino Unido, Francia, Italia y Alemania.

4.La obsolescencia de la infraestructura nacional: caminos, líneas férreas, puentes, puertos, aeropuertos y energía son otras tantas áreas fuertemente deficitarias y que comprometen seriamente la eficiencia global de la economía estadounidense en un mundo cada vez más competitivo.

5.Conviene tomar nota del alto nivel de ignorancia que el público norteamericano tiene en relación con el mundo. Una encuesta del 2006 comprueba que un 63% de los entrevistados no podía identificar a Irak en un mapa; 75 % no hallaban a Irán y un 88 % también fracasaba en su intento de localizar a Afganistán en momentos en que Estados Unidos se hallaba fuertemente involucrado en operativos militares en esa región, y la prensa reportaba a diario los episodios bélicos que tenían lugar en esos países. Lo anterior se explica, y también se agrava, por la ausencia de información confiable en materia internacional y accesible al público en general. Según Brzezinski solo cinco de los principales diarios estadounidenses ofrecen alguna información internacional, pero ni los periódicos locales ni la radio o la televisión ofrecen una cobertura de los asuntos mundiales.

6.La desinformación generalizada favorece la parálisis del sistema de partidos, y esto impide la adopción de políticas creativas y eficaces para, por ejemplo, reducir el enorme déficit fiscal.

Por supuesto, esta declinación del poderío norteamericano no se explica solo por estos factores endógenos. Hay un ambiente internacional que ha cambiado, y que acentúa la debilidad relativa de Estados Unidos en la arena mundial: el creciente poderío de otros actores globales. Se han movido las “placas tectónicas” del sistema internacional, y a raíz de ello la posición relativa de Estados Unidos como potencia dominante se ha visto menoscabada. Sucintamente expresadas, las principales manifestaciones de este cambio de época son las siguientes:

a.el centro de gravedad de la economía mundial se ha desplazado del Atlántico Norte hacia el Asia Pacífico, y junto con él se ha producido un desplazamiento, si bien menos marcado, del centro de gravedad del poder político y militar mundial;

b.se reconfiguran alianzas y coaliciones que reemplazan, en parte, a Estados Unidos como líder global. Washington se encuentra ahora con aliados más débiles, vacilantes o amenazados por fuertes impugnaciones “desde abajo” en Europa, Asia y Oriente Medio respectivamente; y debe enfrenarse a rivales más numerosos y poderosos, con China y Rusia a la cabeza es un listado cada vez más extenso de rebeldes;

c.las devastadoras consecuencias de la actual crisis civilizatoria del capitalismo, y sus impactos sobre el medioambiente, la integración social y la estabilidad del orden político, todo lo cual ha contribuido a debilitar la primacía estadounidense;

d.los avances en los procesos de resistencia al imperialismo en América Latina y el Caribe –la derrota del ALCA es emblemática en este sentido- y el lento pero inexorable despertar político del mundo árabe y, en general, de los pueblos de la periferia, cuestión esta que un astuto observador (¡y protagonista!) como Brzezinski observa con mucha preocupación porque constituye otro de los factores de desestabilización del precario orden mundial actual.6 Un orden mundial profundamente injusto y predatorio que requiere cada vez más violencia para su sostenimiento.7

Un documento del Departamento de Defensa de Estados Unidos revela claramente que nuestra interpretación sobre la decadencia del poderío imperial no obedece a prejuicios políticos o inquinas personales. El Pentágono también asume esta percepción dominante al afirmar que “Los Estados Unidos, nuestros aliados y socios enfrentamos un amplio espectro de desafíos, entre los cuales se cuentan las redes transnacionales de extremistas violentos, estados hostiles dotados de armas de destrucción masiva, nuevos poderes regionales, amenazas emergentes desde el espacio y el ciberespacio, desastres naturales y pandémicos, y creciente competencia para obtener recursos.”8 Como puede inferirse de esta enumeración, la escena que describen los estrategas norteamericanos evoca un paisaje que nada tiene que ver con el que predominaba en el pasado, en donde Washington convertía sus aspiraciones hegemónicas en perdurables –y a menudo miserables- realidades.

Nada podría expresar mejor el clima de opinión predominante en las más altas esferas del gobierno de Estados Unidos que las declaraciones que hiciera off the record un funcionario de la más alta jerarquía de la Administración de Bush hijo a un periodista del New York Times. Tiempo después de supo que el personaje en cuestión era nada menos que Karl Rove, principal asesor político de George W. Bush Jr. quien dijo lo siguiente: “Nosotros ahora somos un imperio, y cuando actuamos creamos nuestra propia realidad. Y mientras usted está estudiando esa realidad –si quiere, juiciosamente- nosotros actuaremos otra vez, creando otras nuevas realidades que usted puede estudiar también. … Nosotros somos los actores de la historia, y usted, todos ustedes, deberán conformarse con tan solo estudiar lo que nosotros hacemos.”10

Hoy la situación ha cambiado radicalmente. No de otro modo puede entenderse el impacto que tuvo el eslogan de campaña de Donald Trump: “Hagamos que América sea grande otra vez”, que en su formulación deja claro que lo que era ya no lo es, y que su misión será regresar a aquellos tiempos en donde la Casa Blanca mandaba, hacía y deshacía sin contrapesos. No sorprende, por lo tanto, que un memorando enviado por la Henry M. Jackson School of International Studies a la Casa Blanca confirme nuestra segunda tesis: la fase de decadencia de los imperios es la más peligrosa porque en ella se despliegan, de modo brutal, sus pulsiones y tendencias más violentas. Esa es la historia del imperio español en América, cuyas atrocidades, a partir de la segunda mitad del siglo dieciocho, y en especial de las insurrecciones de Túpac Amaru y Túpac Katari eclipsaron ampliamente las perpetradas en las primeras décadas de la conquista; o la historia del imperio francés, que aún en la década de los sesenta del siglo pasado, y a pesar de que Francia es un país con asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, con la presunta misión de preservar el imperio de la ley y los derechos humanos, produjo en la Guerra de Argelia tal cantidad de monstruosas aberraciones que hoy, con la perspectiva que ofrece el devenir histórico, resultan más imperdonables e incomprensibles que antes. No es diferente la historia del imperio británico si nos atenemos a las reflexiones que sobre el tema formularan Mahatma Gandhi y Nelson Mandela.

El documento de la Henry M. Jackson School of International Studies establece, más allá de toda duda, que Estados Unidos está en guerra y que seguirá estándolo por muchos años más. En ese escrito se sintetizan elocuentemente los perniciosos alcances de la militarización de las relaciones internacionales promovidas por un imperio amenazado cuando propone arrojar por la borda la diplomacia e invertir el orden establecido por los usos y costumbres internacionales a la hora de enfrentar un conflicto: diplomacia primero, diálogo hasta el final y, si no hay más salida, apelar al uso de la fuerza pero previo acuerdo del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y sin violar los convenios internacionales que, aún en un conflicto armado, deben ser respetados (como por ejemplo los relativos al tratamiento de los prisioneros o la población civil, el tipo de armas que pueden utilizarse, etcétera). El documento enviado a la Casa Blanca infelizmente revierte esa secuencia al recomendar, en cambio, “usar la fuerza militar donde sea efectiva; la diplomacia, cuando lo anterior no sea posible; y el apoyo local y multilateral, cuando sea útil”11. Lo anterior reflejaba un cambio en el peso relativo del Pentágono y del Departamento de Estado en la conducción de la política exterior de Estados Unidos. Si en las décadas que siguieron al fin de la Segunda Guerra Mundial era el segundo quien dirigía la política exterior, inclusive durante los candentes y tumultuosos años de la guerra de Vietnam, a partir de la desintegración de la Unión Soviética el balance entre ambas instituciones del estado norteamericano comenzó a cambiar a favor del Pentágono y en desmedro del Departamento de Estado. A Madeleine Albright, que ocupó esa Secretaría durante el segundo turno de la Administración Clinton, le cabe el dudoso honor de ser quien años más tarde se enorgullecería del cambio en la misión de la cartera a su cargo. En términos generales su argumento podría resumirse en estos términos:

…antes el Departamento de Estado fijaba la política exterior y el Pentágono la respaldaba con la fuerza disuasiva de sus armas. Ahora es éste quien la determina, y a los diplomáticos nos cabe la misión de explicarla y de lograr que otros gobiernos nos acompañen en nuestra tarea.” Y, recordaba en otra ocasión, que Estados Unidos debe guiar la formulación de la política exterior por los siguientes principios: “el idealismo cuando sea posible, el realismo cuando sea necesario; priorizar los derechos humanos cuando sea posible, la elevación del interés nacional en todo momento; el multilateralismo cuando sea posible, el unilateralismo cuando sea necesario9.

Si observamos lo ocurrido en los últimos quince años en Irak, Afganistán, Libia, Siria, y los riesgos que el mundo está corriendo ante un eventual conflicto armado en la península coreana comprobaremos los resultados concretos, nada hipotéticos, de aquellos principios. De hecho, Donald Trump inauguró su presidencia lanzando sendos ataques a Siria y Afganistán sin siquiera informar de sus acciones al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y mantiene al mundo en vilo ante la posibilidad de una agresión semejante a Corea del Norte, hecho que tendría gravísimas consecuencias, y cuyo alcance trascendería con creces la región del sudeste asiático10.

Por supuesto, Estados Unidos conserva, aún en este complejo y amenazante

escenario, una gravitación extraordinaria en la arena internacional, aunque inferior a la que tenía anteriormente. Además, continúa siendo la mayor economía del planeta, a pesar de que China está a punto de conquistar ese lugar en los próximos años11. A diferencia de cualquier otra gran potencia internacional, Estados Unidos, tiene fronteras seguras, muy seguras, con Canadá y México, dos países en los que los aparatos de inteligencia y seguridad norteamericanos actúan abiertamente y sin ninguna clase de restricciones, y que han reducido a sus países anfitriones a un estatus semicolonial. Además, tiene la protección –y el acceso global- que le brindan los dos mayores océanos del planeta, el Atlántico y el Pacífico. Ni Rusia ni China, sus dos principales contendores, pueden decir lo mismo: mantienen graves –si bien latentes- conflictos fronterizos con sus vecinos y su acceso a las rutas marítimas es muchísimo menos favorable que el de Estados Unidos. En una palabra: son potencias, pero altamente vulnerables por tierra y por mar, cosa que no ocurre con Estados Unidos. Por otra parte, este país dispone de un formidable sistema científico-tecnológico, vastos y variados recursos naturales y, a diferencia de los europeos, la dinámica demográfica norteamericana se ha visto rejuvenecida por los torrentes migratorios del último medio siglo. No obstante, los síntomas de la decadencia de su poderío en la escena global son inocultables.

Imágenes de la declinación

Si retornamos una vez más a Brzezinski –y lo hacemos porque él es el pensador mayor del imperio- es debido a que en el libro ya citado este autor esboza un sugestivo paralelismo entre la situación de la Unión Soviética en las dos décadas inmediatamente anteriores a su derrumbe y la que prevalece en estos momentos en Estados Unidos12. En efecto, según nuestro autor, la Unión Soviética quedó prisionera de un sistema político incapaz de revisar y corregir sus políticas, y lo mismo ocurre hoy en Estados Unidos. Un ejemplo entre muchos: la obstinación con que se ha mantenido la política del bloqueo en contra de Cuba durante 55 años, pese a la incapacidad de esa política para obtener el tan anhelado “cambio de régimen” en la isla. El terremoto político producido por la elección de Donald Trump podría cambiar estas cosas, aunque no necesariamente para bien. Su sorprendente declaración de comienzos de mayo del 2017 en el sentido de que “sería un honor” iniciar conversaciones con Kim Jong-Un, el controversial líder de Corea del Norte, para buscar una solución pacífica al diferendo en relación con el programa nuclear norcoreano, es una señal de que algo está cambiando y de que el vetusto, anacrónico y corrupto sistema de partidos de Estados Unidos puede venirse abajo en cualquier momento por obra de un intruso sin ninguna experiencia en la vida política de Estados Unidos.

Dos: Moscú se embarcó en una brutal expansión del gasto militar para competir con Estados Unidos cuando a inicios de los años ochenta Ronald Reagan lanzó la Iniciativa de defensa estratégica, más conocida como la “guerra de las galaxias”. El resultado fue una interminable sangría financiera que debilitó irreparablemente a la ya alicaída economía soviética acelerando su derrumbe. No muy distinta es la situación de Washington en estos días, lanzado como está a una desbocada carrera armamentista que ha disparado su deuda pública y hecho que, ya recordado, su presupuesto militar sea equivalente al del conjunto de las demás naciones del globo, habiendo superado una cifra considerada absolutamente inimaginable hace apenas una década: un billón de dólares, o sea, un millón de millones de dólares13.

Tres: nuestro autor recuerda que a partir de la Tercera Revolución Industrial (microelectrónica, informática, telecomunicaciones, ingeniería genética, nanotecnologías, etcétera) la economía soviética comenzó a perder competitividad en áreas tecnológicas clave, y algo parecido está ocurriendo en Estados Unidos en la actualidad. La OECD creó un programa –PISA- para monitorear el aprendizaje de las matemáticas y otras disciplinas en distintos países. Si bien el PISA ha sido objeto de fundadas críticas, sobre todo cuando sus pruebas se aplican a las humanidades, en lo que respecta a las matemáticas sus resultados son bastante confiables. En el estudio hecho en 2012 el puntaje obtenido por los estudiantes estadounidenses fue de 481, por debajo del promedio mundial que fue de 494. Los cinco países cuyos estudiantes sacaron los mejores puntajes fueron todos asiáticos: China, Singapur, Hong Kong (también parte de China), Corea del Sur y Japón. Esto es apenas un indicio, entre muchos otros, (por ejemplo, que el famoso Silicon Valley deba gran parte de su éxito a la masiva incorporación de ingenieros e informáticos extranjeros; o que un número creciente de grandes empresas norteamericanas desplacen sus actividades hacia países asiáticos que cuentan con una mano de obra tecnológicamente más sofisticada y barata). Datos más “duros” sobre esto proceden de un informe de la Harvard Business School que también confirma la pérdida de competitividad de la economía estadounidense y asegura que esto obedece, entre otras razones, a la ineficacia de su sistema político y a los graves problemas que afectan a su sistema educativo, “desde el jardín de infantes hasta la escuela secundaria”, con excepción de un puñado de universidades de élite14. Otro dato que apunta en la misma dirección es el retroceso de Estados Unidos en una estadística clave: la del registro de patentes. Según el informe de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, en el año 2014, por primera vez, Estados Unidos fue desplazado del primer lugar por el número de solicitudes de patentes para ser reemplazado por …. ¡China!, un país que hace apenas un par de décadas prácticamente figuraba en “otros” en el listado de solicitantes de patentes. En ese año China presentó 928.177 solicitudes de patentes, un 12,5 % más que en el año anterior, mientras que Estados Unidos hizo lo propio con 578.802 solicitudes, representando tan solo un incremento del 1,3 % en relación con el 2013. Todo indica que en los años posteriores esta tendencia volvió a manifestarse15.

Cuatro: la combinación de políticas antes mencionada produjo el deterioro de los estándares de vida de la población soviética ante la cínica insensibilidad de la nomenklatura, cada vez más enriquecida y que al producirse el derrumbe de la URSS se apoderó de casi todas las empresas públicas de ese país. Este cuadro reaparece dramáticamente en Estados Unidos, con tanta fuerza que es motivo de reiterados lamentos presidenciales por las perniciosas consecuencias que tamaña involución en la distribución del ingreso tiene para la integración social y la estabilidad del consenso político. Un informe de la Oficina de Presupuestos del Congreso concluye que “el ingreso neto (después del pago de impuestos) del 1% de hogares más ricos del país se incrementó en un 275% entre 1979 y 2007 (mientras que para) el 60% de la población que está en el nivel medio de los ingresos estos crecieron un 40%, lo que indica que el 20% de los hogares más pobres el aumento de sus ingresos fue de apenas fue del 18%”.

La conclusión del estudio demuestra que la distribución del ingreso en los hogares estadounidenses “era sustancialmente más desigual en 2007 que en 1979 y que el 1 % más rico acaparaba el 17% de todos los ingresos frente al 8% de tres décadas atrás”¡. Un par de años después, en julio del 2013, Obama se lamentaba al comprobar que “el estadounidense promedio ganaba (en el 2013) menos que en 1999, mientras que las ganancias para un alto ejecutivo habían aumentado un 40% por ciento en cuatro años¡¡. Se entiende muy bien la razón por la cual el movimiento “Ocupa Wall Street”, que conmovió a tantas ciudades de Estados Unidos, tenía como una de sus banderas la consigna “somos el 99 %”. Un dato complementario a los anteriores lo provee la evolución (¿o involución?) de la relación entre la paga a los CEO de las más grandes compañías (las 500 más grandes según Standards and Poor) y el trabajador raso. Si en 1980 esa relación era de 42 a 1, los últimos informes del año 2016 indican que esta había crecido hasta una gigantesca 347 a 1. Sobran las palabras para calificar tan escandalosa involución16.

Cinco: finalmente, la URSS padeció de un aislamiento internacional –promovido por Occidente desde el mismo asalto al Palacio de Invierno en octubre de 1917- pero que se acrecentó con la invasión a Afganistán y la feroz arremetida lanzada por Estados Unidos en los años ochenta del siglo pasado. Contó para esto con la indispensable colaboración del gobierno de Margaret Thatcher en el Reino Unido y el papa Juan Pablo II que, junto al presidente de Estados Unidos, constituyeron un tridente reaccionario de una virulencia pocas veces vista en la historia.

En muchos ámbitos Estados Unidos está atravesando por una situación parecida. Véase si no cómo pierde las principales votaciones en la Asamblea General de la ONU sobre temas acerca del bloqueo a Cuba, los derechos del pueblo palestino y tantos otros.

Esta analogía entre las realidades socioeconómicas y el clima cultural y político que precedió a la implosión de la URSS y el que en la actualidad predomina en los Estados Unidos es sumamente aleccionadora. Puede ser exagerado, y en algunos puntos tal vez lo sea, pero no deja de ser muy significativo que alguien de tan claras credenciales conservadoras como Brzezinski sea quien llama la atención sobre estos temas. El infundado “pesimismo” y el ingenuo “voluntarismo antiimperialista” con el cual muchas veces se descalifica a quienes desde Latinoamérica planteamos esta visión realista de la decadencia de la superpotencia no pueden serle atribuidas al exconsejero de seguridad nacional del presidente James Carter. Por supuesto, Estados Unidos seguirá siendo un actor fundamental del sistema internacional, pero sus poderes ya se encuentran recortados. Las bravuconadas de la Casa Blanca se quedaron en eso; Obama había amenazado con iniciar el bombardeo de Siria y bastó la intervención de Moscú para que, afortunadamente, esos planes fuesen archivados. El asilo diplomático garantizado a Julian Assange y Edward Snowden por Ecuador y Rusia respectivamente habría sido impensable hace apenas una década. La reintegración de Crimea al territorio ruso, donde había permanecido por casi dos siglos, desató un vendaval de protestas que en Washington y Bruselas no trascendieron al plano de la retórica o al de unas relativamente inefectivas sanciones económicas. Antes, las maniobras navales conjuntas entre las armadas de Venezuela y Rusia en el Caribe, el mare nostrum del Pentágono, hubieran sido objeto de duras represalias cuando no de una explícita y tajante prohibición. Nada de eso ocurrió. Ejemplos de este tipo, en asuntos menos cruciales, se multiplican por doquier. Japón, principal aliado de Estados Unidos en Asia, abandona el dólar en sus transacciones comerciales con Rusia y China al paso que Moscú, pese a las presiones en contrario de Washington, avanza en la recreación de un área económica euroasiática con las ex – repúblicas soviéticas como Belarus, Kazakhstan, Armenia, Kirgiztan y Tajikistan, y aún de otros, como Siria. Ante todos estos cambios, el imperio solo parece estar en condiciones de mirar.

En conclusión, lo que hoy se discute en los pasillos del gobierno norteamericano no es si Estados Unidos ha comenzado su declive, sino cómo será este proceso. En voz baja, burócratas y expertos de Washington manejan tres posibles escenarios, cada uno con diferentes probabilidades de concreción. El primero, un desplome al estilo de lo ocurrido con el imperio romano o, utilizando una metáfora aeronáutica, un crash landing que por cierto tiene bajísima o ninguna chance de ocurrir. Segundo, un rough landing, es decir, un aterrizaje violento pero que evita la destrucción total de la aeronave, en este caso, el imperio, pero que lo deja suficientemente maltrecho como para inhabilitarlo para recuperar su pasada hegemonía y, tercero, un soft landing, es decir, un aterrizaje suave, lento y sin mayores convulsiones, acomodándose a una nueva realidad mucho más desfavorable que la de antaño, pero conservando importantes cuotas de poder en la escena internacional. Definitivamente, esa es la apuesta de los sectores más esclarecidos de los grupos dominantes en Estados Unidos (no necesariamente del gobierno sino de lo que se llama el deep state, el estado profundo formado por el entramado de los grandes oligopolios que conforman el complejo militar-industrial-financiero17.

El mundo a la deriva o el nuevo (des)orden mundial

Los desafíos que representa la nueva situación internacional no pasaron inadvertidos para algunos de los más lúcidos analistas de la escena internacional. El mismo Zbigniew Brzezinski advirtió que “el mundo en que hoy vivimos es de un enorme desorden, fragmentación e incertidumbre. No hay una única amenaza central que afecte a todos sino un cúmulo de amenazas diversificadas para casi todos18. Randall Schweller, otro especialista, ha llamado a esta época “una era de entropía- un mundo sin líderes y sin superpoderes para imponer un orden”. Pero tal vez quien más persuasivamente ha planteado esta problemática ha sido Chester A. Crocker, profesor de Diplomacia en la Universidad de Georgetown y miembro destacado del Council on Foreign Relations. Fue, a su vez, Secretario de Estado Adjunto para Asuntos Africanos durante los ocho años de la administración Reagan (1981-1989) cuando fue un activo participante de las complejas negociaciones que tuvieron lugar durante la guerra de Angola entre las autoridades de este país, Cuba y Sudáfrica.

En un trabajo relativamente reciente realiza un prolijo inventario de las razones por las cuales el mundo está a la deriva24. El subtítulo de su trabajo sintetiza con precisión su diagnóstico: “El desorden de hoy se mide en oportunidades perdidas, problemas que generan resentimientos y vacíos de poder abandonados hasta que implosionen”.

Esta situación, aclara, no es inédita en la historia del sistema internacional. Lo nuevo es la variedad y amplitud del desorden, que se ejemplifica en la crisis europea, la guerra civil al interior del islam, la crisis geopolítica en el Asia Pacífico y las vacilaciones de Estados Unidos y otros países de occidente para tratar de resolver esas crisis. Síntomas aberrantes de esta situación son las “tormentas de fuego populistas” que proliferan por doquier y no solo en el mundo del subdesarrollo; en desafíos a la estabilidad nacional y regional que se cronifican por falta de una respuesta adecuada (aunque Crocker no es muy claro acerca de lo que significa “adecuada”, podemos suponerlo); en el sentimiento generalizado de que el viejo orden se ha debilitado y nada ha surgido para reemplazarlo, y en la percepción generalizada de que las jerarquías geopolíticas del pasado atraviesan un período de rápidos cambios. Todo esto configura una situación sistémica que, señala con acierto, no puede ser atribuida como hacen algunos comentaristas superficiales al carácter vengativo de Vladimir Putin, las vacilaciones diplomáticas de Barack Obama o el ascenso de China. Tal como decíamos en las páginas anteriores, la naturaleza de la crisis es sistémica y sistémica deberá ser la solución. En palabras de nuestro autor, “el sistema internacional está a la deriva porque existe una desregulada dispersión de la autoridad, la agencia y la responsabilidad”.

El diagnóstico anterior sintetiza elocuentemente la gravedad de la situación actual y la perplejidad de uno de los más importantes intelectuales del imperio ante los inéditos retos que enfrenta el sistema internacional. Estados Unidos no tiene respuestas innovadoras para estos desafíos. Una lectura del último documento oficial sobre el tema, encargado por la Casa Blanca, repite los mismos argumentos de siempre25. El tono de este documento reitera el autoproclamado “carácter indispensable” de los Estados Unidos, o su condición de “líder indiscutible” del planeta en la búsqueda de una sociedad mejor. Más adelante se reitera el remanido argumento de la “excepcionalidad” norteamericana, pueblo elegido por Dios para guiar a la humanidad hacia la felicidad, la prosperidad, la justicia, los derechos humanos, etcétera. Es más, en un alarde de soberbia ese texto comienza asegurando que “el problema no es si vamos a liderar, sino cómo vamos a hacerlo”.

Fácil es comprender que las políticas que broten a partir de semejantes premisas difícilmente podrían encauzar ese “mundo a la deriva” denunciado por tantos autores. La NSS deja claro que el propósito de las orientaciones que allí se fijan son tres: (a) “preservar nuestros intereses permanentes; (b) la seguridad doméstica y, (c) el orden en las relaciones internacionales”. Los tres, sin duda alguna, apuntan antes que nada a la consolidar la situación de Estados Unidos en el sistema internacional. No hay nada ni siquiera remotamente vinculado al ideal kantiano de “la paz perpetua” o la fraternidad universal19.

Además de lo expresado por Crocker y otros autores, el documento enumera las múltiples amenazas que se ciernen sobre el mundo y, en especial, sobre Estados Unidos: ataques catastróficos en territorio norteamericano; amenazas contra sus ciudadanos y los de sus aliados; la crisis económica global; proliferación de ADM; pandemias de enfermedades infecciosas (ébola, por ejemplo); el cambio climático (ignorado por la administración Trump en todos sus niveles); perturbaciones en el mercado de la energía; impactos sobre la seguridad internacional de los estados fallidos (atrocidades masivas, crimen organizado a escala transnacional, etcétera). Como puede advertirse, no hace falta padecer un cuadro paranoico para que una persona quede profundamente perturbada al tomar nota de las innumerables amenazas que se ciernen sobre los habitantes del planeta.

Ante un cuadro como el descrito obviamente que la “seguridad nacional” asciende al tope de las prioridades de Washington. El problema es cómo lograrla. En el documento proponen una vía poco eficaz al respecto pues se apela sobre todo a la fuerza militar de Estados Unidos. En efecto, allí se recomienda:

a.Conducir con fuerza: con la fuerza de nuestras armas, de nuestra economía y de nuestros valores.

b.Conducir con el ejemplo; la fuerza de nuestras instituciones y nuestros valores.

c.Conducir con habilidad a nuestros mejores aliados, socios y amigos, dentro de la ONU, en el G20 y en la OTAN.

En relación con el tema de la fuerza militar, en su momento Barack Obama declaró que la roca madre de la seguridad de EEUU es su capacidad militar; no obstante, también dijo, en otra oportunidad, que no todos los problemas o desafíos del sistema internacional pueden ser abordados por medios militares. En un discurso pronunciado en la ceremonia de graduación de los cadetes de West Point, en 2014, advirtió sobre los peligros de pensar exclusivamente en una “solución” militar para los problemas del sistema internacional.

Apelando a una expresión muy corriente en el habla popular estadounidense dijo, textualmente, que “el hecho de que uno tenga el mejor martillo no significa que cada problema sea un clavo.” En sus propias palabras:

Here’s my bottom line: America must always lead on the world stage. If we don’t, no one else will. The military that you have joined is and always will be the backbone of that leadership. But U.S. military action cannot be the only—or even primary—component of our leadership in every instance. Just because we have the best hammer does not mean that every problem is a nail. And because the costs associated with military action are so high, you should expect every civilian leader—and especially your Commander-in-Chief—to be clear about how that awesome power should be used20.

Evidentemente, si algo ha sido probado en el curso de las últimas décadas es que la abrumadora fuerza militar de Estados Unidos de poco o nada le ha servido para “reordenar” al mundo en función de sus propios intereses. El enorme esfuerzo militar desplegado en Irak ha sido incapaz de generar un gobierno estable y pro-americano; la destrucción de Libia no aumentó la gravitación de Washington en el Norte de África, sino que alentó al jijadismo en sus versiones más radicales; el desastre infligido a Siria no redundó en una mayor presencia estadounidense en la región; veinte años de guerra en Afganistán no lograron estabilizar ese país, y así sucesivamente. Tampoco corrieron mejor suerte los esfuerzos para “conducir” (esa vieja obsesión norteamericana) al mundo sobre la base de la ejemplaridad de sus instituciones y valores, hoy profundamente desprestigiados, y con una clase política que con la elección de Donald Trump expresó un nivel de repudio pocas veces visto en la historia de ese país.

El orden internacional que avizora el documento de la NSS podría sintetizarse en estos términos:

a.defensa del orden mundial de posguerra, y sus instituciones (la ONU, el BM, el FMI) que sirvieron muy bien a los intereses de Estados Unidos durante 70 años. Esto, por supuesto, se mueve a contracorriente del consenso mundial, sobre todo en la periferia del sistema, que demuestra que esas instituciones no sirvieron al bienestar general y la paz mundial. No creo necesario detenerme en algo tan evidente como esto.

b.Hacerle pagar un elevado precio a quienes, como Rusia, pretenden transgredir las normas de ese orden. Sanciones económicas puntuales y específicas deben continuar. Si es posible, multilateralmente; si no, unilateralmente. Actuaremos sólo cuando esto llegue a ser necesario. Cabe recordar aquí que esta política también está condenada al fracaso, cosa que fue reconocida por Samuel P. Huntington en un notable artículo sobre “la superpotencia solitaria”.

En ese artículo este académico conservador expresa con elocuencia las limitaciones de la política de sanciones cuando enumera el rencor y el repudio suscitados por las iniciativas que fueron impulsadas por Washington en los últimos años:

…presionar a otros países para adoptar valores y prácticas norteamericanas en temas tales como derechos humanos y democracia; impedir que terceros países adquieran capacidades militares susceptibles de interferir con la superioridad militar norteamericana; hacer que la legislación norteamericana sea aplicada en otras sociedades; calificar a terceros países en función de su adhesión a los estándares norteamericanos en materia de derechos humanos, drogas, terrorismo, proliferación nuclear y de misiles y, ahora, libertad religiosa; aplicar sanciones contra los países que no conformen a los estándares norteamericanos en estas materias; promover los intereses empresariales norteamericanos bajo los slogans del comercio libre y mercados abiertos y modelar las políticas del FMI y el BM para servir a esos mismos intereses; ... forzar a otros países a adoptar políticas sociales y económicas que beneficien a los intereses económicos norteamericanos; promover la venta de armas norteamericanas e impedir que otros países hagan lo mismo; ... categorizar a ciertos países como “estados parias” o delincuentes y excluirlos de las instituciones globales porque rehúsan a postrarse ante los deseos norteamericanos21.

Son argumentos tan contundentes que, nos parece, sobran los comentarios. Los latinoamericanos y caribeños hemos sufrido en carne propia todas esas políticas.

El documento de la NSS continúa diciendo que debemos

a.Fortalecer nuestra presencia en el Asia Pacífico. Somos una potencia del Pacífico y seguiremos siéndolo. Damos la bienvenida a una estable, pacífica y próspera China a la vez que tratamos de minimizar las incomprensiones y los cálculos erróneos (“miscalculations”). O sea, una velada amenaza ante una China que, por primera vez en su milenaria historia, adopta una estrategia militar no solo defensiva (la famosa “muralla china” sino en parte ofensiva, con su programa flota de portaviones.

b.Fortalecer nuestra permanente alianza con Europa. Papel esencial de la OTAN, severa penalización a Rusia por su agresión a Ucrania

c.Procurar estabilidad y paz en Oriente Medio y el norte de África, fortaleciendo la ayuda a Israel, a las monarquías del Golfo y Jordania.

(¡Nótese que hay apenas una línea y media sobre el conflicto Palestino- Israelí!)

d.Invertir fuertemente en el futuro de África (como respuesta a la muy fuerte presencia que China estableció en ese continente)

e.Celebra los avances en las Américas (donde por fin hay más clase media que pobres, creciente importancia en el suministro de energía). Pero, paradojalmente, esos logros están en riesgo nada menos que por la presencia de “débiles instituciones, alta criminalidad, grupos criminales altamente organizados, narcotráfico, disparidad económica e inadecuados sistemas de salud y educación” (p. 27). El documento expresa asimismo su preocupación por que hay algunos pocos países que “permanecen atrapados en viejos debates ideológicos, pero continuaremos trabajando con todos los gobiernos que estén interesados en cooperar con nosotros para fortalecer los principios de la Carta Democrática de la OEA.

Y remata diciendo que “Avanzaremos en nuestra nueva apertura hacia Cuba de forma tal que promueva, más efectivamente, la capacidad del pueblo cubano para determinar su futuro libremente” (p. 28).

Implicaciones para América Latina y el Caribe

Mal podríamos finalizar estas páginas sin referirnos al impacto que este “mundo a la deriva” y las tentativas de establecer un curso firme por parte de Washington tienen para Nuestra América22.

Para comenzar habría que recordar las dos constantes históricas de la política exterior de Estados Unidos hacia América Latina y el Caribe. En primer lugar, la Doctrina Monroe y el así llamado “Corolario Roosevelt”. La primera se sintetiza en la frase “América para los (norte) americanos”. El segundo fue formulado por Theodor Roosevelt en su Discurso a la Unión en 1904 – porque es menos conocido conviene citarlo in extenso - decía que un país americano situado bajo la influencia de los EE.UU. amenazaba o ponía en peligro los derechos o propiedades de ciudadanos o empresas estadounidenses. Washington estaba obligado a intervenir en los asuntos internos del país “desquiciado” para reordenarlo, restablecer los derechos conculcados y preservar el patrimonio de su ciudadanía y sus empresas. Este corolario supuso, en realidad, una carta blanca, aprobada por el Congreso de Estados Unidos para la intervención de ese país en América Latina y el Caribe. Roosevelt, según algunos, comentaba a sus asesores que “a Estados Unidos le asistía el derecho de enseñarles a los latinoamericanos a tener gobiernos decentes y responsables.” Fiel a esa tradición a lo largo del siglo veinte hubo más de cien intervenciones de diverso tipo en los países del área, desde invasiones hasta golpes de estado, procesos de desestabilización y asesinatos de líderes políticos opuestos a los designios de Washington23.

Segunda constante histórica: mantener a los países del hemisferio desunidos y en discordia permanente. Esta política la puso en práctica el gobierno de Estados Unidos cuando apenas era un aglomerado de trece colonias inglesas recién independizadas. Así lo percibió con claridad Simón Bolívar en su célebre Carta de Jamaica y, desde entonces, pasando por el sabotaje en contra del Congreso Anfictiónico convocado por el Libertador en Panamá en 1826, esa política se ha mantenido invariable a lo largo de dos siglos. Todo intento de integración, unión, coordinación debe ser saboteado, desde los más inocentes, como la Cepal, combatida con fuerza por Estados Unidos cuando la Asamblea General de la ONU decidió su creación en 1948, hasta los más recientes desarrollos del proceso integracionista, como la Unasur y la Celac, hostilizados de manera persistente por Washington sea por vía directa o a través de sus lugartenientes en algunos gobiernos del área. De hecho, el proyecto de creación del Alca, derrotado en Mar del Plata en noviembre del 2005, fue una tentativa de poner fin a esos proyectos latinoamericanistas subsumiendo formalmente a toda la región en la hegemonía norteamericana. Su fracaso fue una derrota tremenda, de ahí que personajes como Hugo Chávez, Luis Inacio “Lula” da Silva y Néstor Kirchner, y sus continuadores, hayan sido continuamente hostigados por Washington bajo cualquier pretexto. Para Washington, lo que este trío hizo en Mar del Plata es imperdonable, e inolvidable.

Si América Latina fue siempre la región más importante del mundo, como lo hemos demostrado en varias ocasiones, en la actualidad, en el marco de un complejo y cada vez más violento proceso de transición desde la hegemonía norteamericana hacia un régimen internacional post-hegemónico la relevancia de nuestra región se acrecienta notablemente.31 Por supuesto, los principales voceros del imperio no cesan de “ningunear” a nuestros países para, de ese modo, fomentar la sumisión neocolonial de las antipatrióticas élites dominantes. Pero lo cierto es que Estados Unidos necesita petróleo y en América Latina y el Caribe tenemos al país con las mayores reservas probadas de petróleo: Venezuela. Además, hay mucho petróleo en Brasil, Colombia, México, Bolivia, Argentina y Perú, de modo que ante un mundo desesperado por el agotamiento del preciado combustible fósil sería absurdo suponer que la clase dominante de Estados Unidos fuera tan torpe como para desatender una región que posee en exceso lo que ha originado tantas guerras en más de un siglo y que está llamado a extinguirse en menos de cincuenta años. Estados Unidos necesita agua.

31.Hemos examinado el tema en detalle en nuestra ya citada América Latina en la Geopolítica del Imperialismo. Véase asimismo nuestro “La mentira como principio de política exterior de Estados Unidos hacia América Latina”, en Foreign Affairs en Español (2006). México, DF. Vol. 6, 1, pp. 61-68.

Según el World Resources Institute hacia el año 2040 ese país será uno de los que tendrá mayores problemas para asegurarse el abastecimiento de agua potable32, y América Latina cuenta con una proporción que oscila entre el 42 y el 45 por ciento del total del agua potable del planeta tierra.

¿Dónde irán a buscar el agua los estadounidenses, teniéndola a tan corta distancia de su territorio? Un continente que, además, cuenta con grandes fuentes de energía (gas, hidroeléctrica, etcétera); con minerales estratégicos de extraordinaria importancia (litio, el equivalente al petróleo del siglo 20), coltan, oro, mineral de hierro, bauxita, etcétera; con la mitad de la biodiversidad mundial, madre de las modernas nanociencias y de la todopoderosa industria farmacéutica mundial.

Además, posee un enorme potencial para la producción de alimentos para mil millones de personas24. Por eso tenía razón el exsecretario general de la Unasur, Alí Rodríguez, cuando dijo que nuestra región era “un fabuloso emporio de recursos naturales” y que el objetivo principal de esa organización y de los gobiernos de la región debía ser, por esa razón, la preservación de esa riqueza y su juicioso aprovechamiento en beneficio de nuestros pueblos.

En un mundo tan peligrosamente “a la deriva” revertir los procesos emancipatorios que se desataron a partir del ascenso de Hugo Chávez Frías a la presidencia de Venezuela se conviertió en una prioridad insoslayable para los Estados Unidos. Este mundo de gigantes, pero no de hegemones, como escribiera el recientemente desaparecido Zbigniew Brzezinski en uno de sus últimos escritos. Reordenar el espacio hemisférico es condición sine qua non para que Washington pueda renegociar en mejores términos acuerdos de estabilización internacional con China y Rusia en un mundo que, según ese autor, ha entrado claramente en una “era post-hegemónica25. Cabe recordar que lo que ahora certifica como una evidencia incontrastable nada menos que un autor de la talla de Brzezinski fue anticipado por el autor de estas líneas en un trabajo publicado en 1994, donde se pronosticaba, en función de las tendencias observables en ese momento, el progresivo debilitamiento de la hegemonía norteamericana, la ausencia de cualquier otro actor capaz de desempeñar su papel en el sistema internacional y, por ende, la lenta emergencia de un sistema “post-hegemónico”.

Esta tesis fue muy cuestionada en su momento, hace casi un cuarto de siglo, pero los hechos posteriores le confirieron total validez26.

Retomando el hilo de nuestra argumentación, en este nuevo escenario post-hegemónico si el “patio trasero” de Estados Unidos está en rebeldía la capacidad de Washington para afianzar sus intereses en el resto del planeta ser verá seriamente menoscabada. Eso es lo que está en la base de la encarnizada contra-ofensiva lanzada desde el centro imperial para recuperar el control de una región que durante dos siglos fue considerada una decisiva “retaguardia estratégica” (cuestión esta reiteradamente señalada por Fidel y el Che) en función de una doctrina militar, aún vigente, que hace reposar la seguridad nacional de Estados Unidos sobre la coherencia política y la solidaridad de todos los países que conforman lo que en el lenguaje del Pentágono se denomina “la gran isla americana” que se extiende desde Alaska hasta Tierra del Fuego. Si este enorme dique sufre algunas fisuras, es decir, si aparecen gobiernos que no se alinean con las directivas de Washington aquellas se convertirán en grietas y, más temprano que tarde, el dique se derrumbará y la seguridad nacional estadounidense estará en serio riesgo. Se entiende, por lo tanto, la lógica que otorga sentido a los procesos de desestabilización que han padecido los gobiernos “progresistas” o de izquierda en lo que va del siglo; o las tentativas de golpe y secesión, como en Bolivia en 2008; o los “golpes blandos”, disimulados con un mascarón pseudo institucional o parlamentario, que acabaron con los gobiernos de “Mel” Zelaya y Fernando Lugo en Honduras y Paraguay en 2009 y 2012 respectivamente; o la frustrada tentativa golpista en contra de Rafael Correa en 2010 y, más recientemente, la farsa de juicio político entablada contra la presidenta Dilma Rousseff en Brasil en 201627. El feroz ataque contra el gobierno del presidente Nicolás Maduro en Venezuela que, en el momento de terminar de escribir estas líneas (14 de julio del 2017) ha empujado a ese país al borde de una sangrienta guerra civil que puede declararse con total intensidad.

Como ha sido reconocido, inclusive por notables e intransigentes críticos del gobierno bolivariano, esta desgraciada situación ha sido abiertamente promovida, organizada y financiada por Washington a través de los numerosos circuitos abiertos o encubiertos que entrelazan a la oposición venezolana con sectores dirigentes de Estados Unidos, impacientes por recuperar cuanto antes el control del petróleo del país sudamericano37. Se entiende, también, la pertinaz ofensiva mediática en contra de los gobiernos díscolos de la región, sometidos a toda suerte de mentiras y difamaciones concebidas para socavar su legitimidad y comprometer su gobernabilidad. Lo ocurrido con Evo Morales, Rafael Correa, Dilma Rousseff, Cristina Fernández, Salvador Sánchez Serén y lo que está padeciendo el pueblo venezolano y el gobierno de Nicolás Maduro, o la absurda e injusta sentencia a prisión por más de nueve años en contra de Luiz Inacio Lula da Silva son claras señales de la excepcional importancia que la Casa Blanca le otorga a la “normalización” de la situación hemisférica. Normalización que se torna impostergable ante la proliferación de focos de conflicto que podrían terminar desatando el apocalipsis termonuclear en la península coreana, en Ucrania y Europa Central y en Oriente Medio. Entonces, ¿qué se quiere decir con “normalizar”?

¡ http://www.ieco.clarin.com/economia/ricos-Unidos-triplicaron-ingresos_0_580142165.html

¡¡ Ver: Ver David Usborne, Obama promete el sueño americano, en

http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-225212-2013-07-25.html


1 Téngase en cuenta que el régimen internacional anterior, fundado en la Paz de Westfalia, duró casi tres siglos. El bipolarismo cuarenta y seis años. El unipolarismo apenas diez. ¡Se acelera la historia y se acortan los ciclos de la política internacional! Zbigniew Brzezinski alertó contra la infantil ilusión de pensar que comenzaba un “nuevo siglo americano” y que no había obstáculos en el futuro. El derrumbe de la Unión Soviética no haría sino dar origen a nuevos y más graves desafíos. Su advertencia se encuentra en su libro El Gran Tablero Mundial (1998) La supremacía estadounidense y sus imperativos estratégicos. Buenos Aires: Paidós. pp. 56-66.

3 Sobre esto Nick Turse, “U.S. Special Ops Forces Deployed in 135 Nations 2015 Proves to Be

Record-Breaking Year for the Military’s Secret Military”, en

http://www.tomdispatch.com/post/176048/tomgram%3A_nick_turse,_a_secret_war_in_135_countries/

Ver asimismo el clásico texto de Chalmers Johnson (2004), The sorrows of empire: militarism, secrecy, and the end of the republic. Nueva York: Metropolitan Books. (2010) Dismantling the empire. America’s last best hope. Nueva York: Metropolitan Books. Un reflejo de esto son las bases militares que Estados Unidos mantiene en América Latina. Ver Telma Luzzani (2012) Territorios Vigilados. Como opera la red de bases militares norteamericanas en Sudamérica. Buenos Aires: Random House Mondadori

5Véase Zbigniew Brzezinski (2012) Strategic Vision. America and the Crisis of Global Power. New York: Basic Books, p.3.

6 Pocos le pueden disputar a Brzezinski el título de principal estratega del imperio, con la posible excepción de Henry Kissinger. Pero, a diferencia del primero, su influencia en las últimas décadas ha disminuido sensiblemente. Junto con Samuel P. Huntington, Brzezinski fue uno de los principales animadores de la Comisión Trilateral, Chairman del Consejo Nacional de Seguridad en los años de James Carter y a partir de ese momento figura de consulta obligada y permanente miembro de diversas agencias, comisiones y grupos de trabajo de todos los gobiernos que se sucedieron en la Casa Blanca y sumamente activo en el mundo de los medios de comunicación, en los que su presencia fue un dato cotidiano de la vida pública estadounidense. En el momento de terminar de escribir este ensayo se conoció la noticia de su muerte a los 89 años, acaecida el 26 de mayo de 2017.

7 Un libro reciente de Wim Dierckxsen y Walter Formento explora en detalle alguno de estos temas.

Ver: Geopolítica de la crisis económica mundial. Globalismo vs. Universalismo (2016). Buenos Aires: Ediciones Fabro.

8Department of Defense, National Defense Strategy . Junio de 2008, Washington)

10Entrevista concedida a Ron Suskind, NYTimes Magazine, octubre. 17, 2004), citada en Karen van Wolferen, “Karl Rove’s Prophecy: “We’re an Empire Now, and When We Act, We Create our Own Reality”, en: http://www.globalresearch.ca/karl-roves-prophecy-were-an-empire-now-and-whenwe-act-we-create-our-own-reality/5572533

9Una discusión sobre estos cambios puede verse en: James D. Boys. Clinton´s Grand Strategy. US Foreign policy in a post-Cold War world (2015) New York: Bloomsbury Academic, pp. 149

El documento se encuentra disponible en Internet en el siguiente sitio: https://digital.lib.washington.edu/researchworks/bitstream/handle/1773/4635/TF_SIS495E_2009.pdf?sequence=1

10Una reflexión sobre la crisis norcoreana se encuentra en nuestro Doctor Insólito en la Casa Blanca, en p.12, 15 abril 2017. https://www.pagina12.com.ar/31945-doctor-insolito-en-la-casa-blanca

11Todo depende de cómo se mida el PBI. Si se hace de acuerdo con la “paridad de poder adquisitivo” la economía china es mayor que la de Estados Unidos; por el contrario, si se mide según los indicadores convencionales, la economía de Estados Unidos aún es mayor que la de China. Pero en el ámbito internacional, el gigante asiático desplazó a Estados Unidos de su papel de “locomotora económica” del planeta.

12Zbigniew Brzezinski, op. cit. pp. 4- 5

13Esta cifra surge cuando se suma al presupuesto del Departamento de Defensa una serie de gastos necesariamente relacionados con las actividades bélicas estadounidenses pero que no son tenidas en cuenta como si fueran “gastos militares” por los publicistas del imperio. Dos ejemplos de ello son el gigantesco presupuesto de la Administración Nacional de Veteranos, que tiene a su cargo la atención médica del personal militar herido en combate o desquiciado psicológicamente en el teatro de operaciones, y el destinado a las obras de “reconstrucción” de la infraestructura destruida por los bombardeos norteamericanos y cuya reparación es exigida por las autoridades militares en el terreno para viabilizar la ocupación del territorio por las tropas invasoras. Sobre esto ver el capítulo 4 de nuestro América Latina en la Geopolítica del Imperialismo. Ediciones varias en Argentina, Chile, Cuba, España y México.

14Ver US economy losing competitive edge: survey

http://www.reuters.com/article/2012/01/18/us-corporate-idUSTRE80H1HR20120118

1518 Ompi. Datos y Cifras de la Ompi sobre Propiedad intelectual (2015), Ginebra, Suiza p. 19.

16Cf. ttps://aflcio.org/2017/5/10/more-fake-facts-about-ceo-pay-american-enterprise-institute

17Sobre el tema del deep state ver: Tom Engelhardt, Shadow Government: Surveillance, Secret Wars, and a Global Security State in a Single Superpower World y los escritos del diplomático canadiense Peter Dale Scott, entre los cuales su The American Deep State: Wall Street, Big Oil, and the Attack on U.S. Democracy (2014)Washington DC, Rowman & Littlefield Publishers. ; “The State, the Deep State, and the Wall Street Overworld” The Asia-Pacific Journal.(2014) 12,10, 5)y, por supuesto, su The Road to 9/11: Wealth, Empire, and the Future of America. (2017)>(Berkeley and Los Angeles: University of California Press

18Citado en: David Rothkopf, ‘A Time of Unprecedented Instability? Foreign Policy. (21 July 2014), http://foreignpolicy.com/2014/07/21/a-time-of-unprecedented-instability; ver, asimismo, Doyle

McManus, ‘Is Global Chaos the New Normal? (july 2014) Los Angeles Times, 29 http://www.latimes.com/opinion/op-ed/la-oe-mcmanus-column-foreign-policy-chaos-20140730column.html.

24 “The strategic dilemma of a world adrift”, en Survival: Global Politics and Strategy (febrero, marzo, 2015) volumen 57,1

25 National Security Strategy, (2015) (Washington, The White House

19En este sentido es de suma utilidad consultar la obra de Jesús Antonio Barrios Quintero: Compilación de Documentos Doctrinarios de Estados Unidos (2015) Caracas: Editorial Hormiguero; para conocer en detalle la visión oficial de ese país en relación con América Latina y el Caribe.

20La transcripción íntegra de este discurso, uno de los más importantes de la era Obama, se encuentra en https://www.nytimes.com/2014/05/29/us/politics/transcript-of-president-obamas-commencement-address-at-west-point.html?_r=0

21Huntington, Samuel P. The Lonely Superpower (1988). En: Foreign Affairs (marzo-abril), p. 48.

23. Cf. ttp://www.wri.org/blog/2015/08/ranking-world%E2%80%99s-most-water-stressed-countries-2040

22Para un tratamiento detallado de este tema ver nuestro América Latina en la Geopolítica del Imperialismo, así como la serie de publicaciones del Grupo de Trabajo de CLACSO sobre Estados

Unidos, compiladas por Marco Gandásegui y entre las cuales se destacan Crisis de Hegemonía de Estados Unidos; Estados Unidos y la Nueva Correlación de Fuerzas Internacional y Estados Unidos más allá de la crisis, entre otros notables textos.

23Sobre esto, ver la monumental e imprescindible obra de Gregorio Selser Cronología de las intervenciones extranjeras en América Latina. (S.F). México DF: Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades/Universidad Autónoma de la Ciudad de México/Centro Académico de la Memoria de Nuestra América). Ver asimismo dos textos fundamentales de Luis Suárez Salazar, Madre América. Un siglo de violencia y dolor: 1898-1998. (2003) La Habana: Editorial de Ciencias Sociales; y Un siglo de terror en América Latina (La Habana: Ocean Sur, (2005), y de Rodrigo Quesada, América Latina 1810-2010(2012). El legado de los imperios. San José: EUNED; obras a cuya consulta remitimos muy enfáticamente a nuestros lectores.

24 Sobre el tema de los recursos naturales ver Mónica Bruckmann, Recursos Naturales y la Geopolítica de la Integración Sudamericana (2015) Buenos Aires: Ediciones Luxemburg

25 Ver su “Giants, but Not Hegemons” En: http://www.nytimes.com/2013/02/14/opinion/giants-but-not-hegemons.html

26 Ver nuestro Towards a Post-Hegemonic Age? Reflections on the end of pax americana, publicado en Security Dialogue (1994) Vol. 25, 2, pp. 211-221 y “Hegemonía e Imperialismo en el sistema internacional”, en Atilio A. Boron, compilador: Nueva Hegemonía

Mundial. Alternativas de cambio y movimientos sociales (2004) Buenos Aires: Clacso

27 No es un dato menor que tanto el golpe en Paraguay como en Brasil haya tenido como una crucial protagonista en las sombras a la señora Liliana Ayalde, que se desempeñó como embajadora de Estados Unidos en esos dos países en momentos en que se consumaba el ilegal derrocamiento de Lugo y Rousseff. Lo que se dice: toda una experta. Actualmente es la Jefa Civil del Comando Sur, la número dos de esa tenebrosa organización cuyo Jefe es el almirante Kurt Tidd. 37 Ver, por ejemplo, las opiniones vertidas por estos críticos del chavismo en el Dossier organizado por el Transnational Institute de Amsterdam, el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC) de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y CLACSO: “Venezuela. Lecturas urgentes desde el Sur” y compilado por Daniel Chavez, Hernán Ouviña y Mabel Thwaites Rey. Esta publicación digital es una de las poquísimas que convoca a un ejercicio de análisis tanto a sectores críticos del chavismo como a quienes simpatizan con él. Esto, que debería ser la norma, se ha convertido en una luminosa excepción en tiempos en donde el debate académico y político brilla por su ausencia.