Crisis capitalista, transformaciones societarias y retos del trabajo social en el siglo xxi

Dra. Ángela Santana do Amaral1

RESUMEN

El tema central del Congreso- Trabajo social latinoamericano y del Caribe: resistencias y propuestas frente a las desigualdades económicas, sociales y políticas- nos ha permitido reflexionar sobre una cuestión que es central para la discusión en nuestros días. Vivimos tiempos difíciles en que no conseguimos visualizar, cualquiera que sea la posibilidad del capitalismo, algún avance civilizatorio de la humanidad. Sin embargo, esa afirmación no significa que el capitalismo ha agotado su capacidad de renovarse o que sea imposible superarlo, de acuerdo con la perspectiva de la emancipación humana.

Por lo anterior, quiero sostener la tesis de que las desigualdades generadas por este sistema son inherentes al modo de producción capitalista y que, sin ellas, no se logran los objetivos de su expansión y reproducción. Por lo tanto, no existe capitalismo sin crisis. No es una ingeniería fácil develar el proceso mediante el cual este sistema produce una riqueza colectiva, y, a la vez, genera una miseria solo comprendida en sus determinaciones más generales de la vida social. Dichas determinaciones se refieren a los aspectos de la economía, la política, la cultura, las formas de sociabilidad que se han construidas a lo largo de su dominio.

Descriptores

Capitalismo, desigualdad, modo de producción, crisis

Recibido: 21 julio, 2017 Aprobado: 16 de agosto, 2017

1. Doctora en Trabajo Social por la Universidad Federal de Rio de Janeiro- UFRJ. Post-doctora en Sociología del Trabajo por la Universidad Complutense de Madrid- España. Docente del Departamento de Trabajo Social de la Universidad Federal de Pernambuco-Brasil. Investigadora del Grupo de Estudios e Investigaciones sobre Trabajo Social.

Capitalism in Crisis, societal transformations and challenges of social work in the XXI century

Dra. Ángela Santana do Amaral1

SUMMARY

The primary topic of the Congress -- Latin American and Caribbean Social Work: Resistance and Proposals in The Face of Financial, Social and Political Inequality - has allowed us to reflect on a question which is crucial in discussions today. We are living through difficult times, which, no matter the possibilities of capitalism, impedes our visualization of any civilizing progress for humanity. However, this statement does not mean that capitalism has reached the limit of its capacity for renewal or that this is impossible to overcome, in accordance with a human emancipation perspective.

Accordingly, my contention is that inequalities generated by this system are inherent to the mode of capitalist production and that, without them, its expansion and reproduction objectives would not be achievable. Therefore, without crises there is no capitalism. In fact, it is not easy to discern the process by which this system produces collective wealth, while at the same time generating a misery that is solely understood in the most general determinations of social life. These determinations refer to aspects of the economy, politics, culture, forms of sociability built throughout its predominance.

Keywords

Capitalism, inequality, mode of production, crisis

Received: 21-07-2017 Accepted: 16-08-2017

1 Doctorate in Social Work from the Federal University of Rio de Janeiro - UFRJ. Post Doctorate in the Sociology of Work from the Complutense University of Madrid, Spain. Professor in the Social Work Department at the Federal University of Pernambuco, Brazil. Researcher with the Studies and Research Group on Social Work

El tema central del congreso Trabajo social latinoamericano y del Caribe: resistencias y propuestas frente a las desigualdades económicas, sociales y políticas nos ha permitido reflexionar sobre una cuestión que es central para la discusión en nuestros días. Vivimos tiempos difíciles en que no conseguimos visualizar, cualquiera que sea la posibilidad del capitalismo, algún avance civilizatorio de la humanidad. Sin embargo, esa afirmación no significa que el capitalismo ha agotado su capacidad de renovarse o que sea imposible superarlo, de acuerdo con la perspectiva de la emancipación humana.

Por lo anterior, quiero sostener la tesis de que las desigualdades generadas por este sistema son inherentes al modo de producción capitalista y, sin ellas, no se logran los objetivos de expansión y reproducción. Por lo tanto, no existe capitalismo sin crisis. No es una ingeniería fácil develar el proceso mediante el cual este sistema produce una riqueza colectiva y genera una miseria solo comprendida en sus determinaciones más generales de la vida social. Dichas determinaciones se refieren a los aspectos de la economía, la política, la cultura, las formas de sociabilidad que se han construidas a lo largo de su dominio.

Este conjunto de determinaciones no está aislado de procesos más amplios ni es homogéneo. Se conforma de modo articulado y presenta implicaciones distintas en los diversos países del planeta, con particularidades relacionadas con la formación socio-histórica de las sociedades, la relación entre Estado, mercado y clases sociales; además de otras esferas que constituyen la vida social.

Los efectos de esta crisis en las realidades específicas revelan, en el escenario actual, que no existe una crisis en un solo país. Ella afecta todos los continentes y se expresa de forma desigual y combinada. El orden del capital, en su dinámica contemporánea, presenta rasgos particulares delante de las demás crisis enfrentadas por el sistema. Son estas particularidades, cuyas manifestaciones se transforman en objeto de intervención profesional, las que necesitamos comprender para definir y gestionar nuestras estrategias como trabajadores sociales. En este sentido, algunos interrogantes son fundamentales para conducir un proyecto profesional en una sociedad tan desigual. ¿Qué caracteriza la razón del ser de nuestra profesión? Es decir: ¿cómo reafirmar la necesidad de ampliar derechos delante de la intensificación de los procesos de explotación, de precariedad de la vida, del trabajo y de las más contundentes formas de barbarie social?

¿Cuáles son los principales retos estratégicos, teóricos, éticos, técnicos y organizativo-políticos de una profesión inserta en la división social y técnica del trabajo y, por ello, sometida a las determinaciones presentes en la lucha de clases - procesos de enajenación, rebeldías, resistencias?

A mi juicio, la crisis contemporánea tiene un marco temporal importante, donde se puede identificar un movimiento más general de transformaciones societarias. Los años 70 del siglo pasado son emblemáticos de esos cambios, porque no son resultado exclusivo de cambios productivos o de carácter técnico. En verdad, son más profundos, pues afectan tanto la objetividad de la orden burguesa como la subjetividad de los sujetos y sus formas de reproducción social.

Los cimientos de estas transformaciones sostienen una revolución tecnológica y conducen a transformaciones de los sectores productivos que se tornan capaces de generar mercancías con economía de trabajo vivo y difundir la ideología del fin del trabajo, de las clases, de la historia. Lo que se cuestiona, en la contemporaneidad, es la validez de la razón moderna y de las teorías macro-societarias explicativas de la vida social. En este contexto, la reestructuración productiva y las ideas neoliberales han logrado éxito, y se han constituido en pilares de una estrategia de restauración capitalista que tiene como objetivo restablecer las tasas de ganancia del capitalismo.

Desde los años 2000, hemos sido testigos de un conjunto de reformas de los derechos sociales y laborales, tanto en países centrales como en los llamados periféricos. Esas reformas se justificaron en la necesidad de realizar ajustes económicos para dinamizar la economía global, asolada por el descenso en los índices de lucro y rentabilidad de las empresas capitalistas. La mercantilización de la vida social que emergió del proceso de acumulación del capital; además de llevar a cabo las reformas promovió una gran concentración de capitales en manos de unos pocos, aumentó la desigualdad, amplió la cuestión social e intensificó la lucha de clases.

Sin embargo, el capital, con el ascenso de los gobiernos de esos países y sus agentes públicos y privados― promovió una amplia restricción de derechos y fortaleció los intereses del sistema financiero internacional y de las grandes corporaciones transnacionales, en detrimento de la intervención estatal y de los marcos reguladores que amparaban el trabajo estable, protegido y de larga duración.

A partir de este periodo, se aplica un conjunto de ajustes de forma general, con la excusa de brindar sostenibilidad al estado de bienestar. El contexto de la crisis económica es la antesala de la implementación de las reformas, principalmente de aquellas que tienen impacto en el campo del trabajo. En ese momento aumenta la desigualdad y se reestructuran las instituciones administrativas, ante la reducción o recorte del gasto público, el aumento de trasferencias de renta para el capital, el desempleo y las agresivas reformas fiscales impulsadas por los organismos multilaterales; medidas que disminuyen las políticas de transferencia de renta y prestaciones sociales para las clases trabajadoras. Principalmente a partir de 2008 se profundiza la coyuntura que agrava la crisis capitalista, cuando se ponen en marcha, de forma acelerada, las iniciativas para desregular los derechos de los trabajadores. Esto no quiere decir que esos derechos no hayan sido amenazados antes o que no se hayan existido políticas regresivas. En muchos países centrales, estas iniciativas han formado parte de las agendas programáticas de los gobiernos con el argumento de responder a los imperativos de los agentes internacionales que exigían más austeridad, menos costes laborales y mayor desregulación del trabajo. Las reformas laborales, por ejemplo, se establecen como experiencias consolidadas y los trabajadores, fragmentados, integran lo que podemos denominar una nueva generación de trabajadores expropiados de sus derechos.

Con el argumento de la autonomía y de la gestión de su propio tiempo de trabajo, los trabajadores comienzan a vivir una nueva realidad, distinta de aquella en la que se edificó, en algunos países, el estado de bienestar social y que creó una clase trabajadora organizada, representada por organizaciones sindicales fuertes y con capacidad para la negociación de sus intereses.

Las políticas sociales se modifican. Aún hoy, los rasgos generales de este proceso son el incremento de la desigualdad, el empeoramiento de las condiciones de vida y de trabajo y el empobrecimiento de los trabajadores. En esta realidad es posible constatar un estancamiento o, incluso, un descenso de la capacidad adquisitiva para obtener bienes y servicios, así como dificultades de reproducción social.

Los recortes o reducción de inversiones en las políticas sociales y de protección del trabajo responden a dinámicas que favorecen un modelo económico desigual de intercambios que amplía cada vez más la superpoblación relativa, la desvalorización de la fuerza de trabajo y, además, produce una precariedad vital, propia del capitalismo que parece dejar distantes las mínimas posibilidades civilizatorias materiales y espirituales. No existe ningún elemento que permita prever, de forma inmediata, que esta tendencia se vaya a modificar, como ya subrayamos. En el marco de las relaciones sociales capitalistas, el desarrollo potencial de las fuerzas productivas se expresa en su destrucción, cada vez más sistemática; y cuyo primer resultado es la desvalorización de la fuerza de trabajo, o sea, su precarización.

Todo este proceso implica, igualmente, la necesidad de promover una fuerte ofensiva cultural para justificar las medidas regresivas, donde se refuerzan refuerzo las ideas y las ideologías diseminadas en torno a la autonomía de elecciones, del emprendimiento y del autoempleo. El discurso de la inevitabilidad de las reformas y las posibles estrategias para la salida de la crisis sigue siendo el argumento asumido por los distintos sectores empresariales, institucionales, políticos e, inclusive, por los propios trabajadores.

Los datos mostrados siguen las tendencias del empleo presentadas en el informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en el 2015, que señala que, en el 2014, más de 201. 3 millones de personas estaban desempleadas en el planeta (31 millones más que en 2008). Este mismo informe preveía un aumento del desempleo de tres millones de personas en el 2015 y de ocho millones de personas en los cuatro años siguientes, un panorama desalentador cuya consecuencia es que:

…la brecha mundial de empleo, que mide el número de puestos de trabajo perdidos desde el inicio de la crisis, se sitúa a inicios de 2015 en 61 millones de personas. En este sentido, si se incluye a las personas que se incorporarán al mercado de trabajo durante los próximos cinco años, será preciso crear 280 millones de empleos nuevos hasta 2019 para colmar la brecha en el empleo que ha generado la crisis (ibídem: 09).

El resultado de todo esto que estamos presenciando es que, aunque de forma desigual y combinada, la crisis capitalista ha impuesto ajustes permanentes para superar sus dificultades de valorización.

A pesar de que en algunos momentos puedan haberse dado índices positivos, que apuntaban a un cambio en el marco de la economía, principalmente en países de Latinoamérica, podemos afirmar que esto no ha sido suficiente para responder a las demandas de protección de los trabajadores ni les ha permitido obtener mayores ganancias cualitativas en términos de su reproducción social y la de sus familias. Las exigencias de los organismos multilaterales para realizar ajustes y reformas propiciaron, en algún momento, una recuperación de la economía; pero eso no supuso una reducción de las desigualdades. Esta cuestión se suma a un conjunto de otras determinaciones relacionadas, entre otros aspectos, con la formación socio-histórica, la división internacional del trabajo, el perfil de los trabajadores, el nivel de exigencias de implantación de medidas de austeridad, la dinámica política y la acción de los gestores públicos y privados.

A pesar de los momentos de crisis y los programas de ajuste que resulten de estos procesos, para los capitalistas es fundamental poner en marcha los objetivos de los sectores rentistas de la economía mundial. Para ello, cuentan con los gobiernos de turno encargados de crear y facilitar las condiciones de implementación de las medidas más regresivas y deletéreas para el conjunto de los trabajadores, operando políticas que rebajen los costes del trabajo y transformándolos en sujetos emprendedores y gestores de sus propias vidas y de sus propios “riesgos”. Aunque se encuentren acorralados ante la fragmentación y la situación a la que fueron expuestos, los trabajadores y sus organizaciones más combativas resisten los ataques pese a que, en este momento, se enfrenten a muchas dificultades para construir alternativas y representar a los sectores más precarios de la sociedad. Nos referimos a Brasil y a otros países hermanos cuyos trabajadores se encuentran fragmentados, sin identidad de clase y luchan por la condición mínima de reproducción social.

La disminución cuantitativa del trabajo industrial en los países del capitalismo central creó amplios segmentos de trabajadores en el sector servicios, externalizados o por cuenta propia; es decir, trabajadores proletarizados, lo que nos acerca a una interpretación distinta de la que hacen los autores que afirman el fin de la centralidad del trabajo, de la lucha de clases o de enfoques que conducen a discusiones sobre la emergencia de otra clase social.

Resulta evidente que el trabajo se ha metamorfoseado y que las condiciones históricas de su reproducción también se han modificado. Además, es necesario decir que, entre los propios trabajadores, las experiencias de su inserción en el mundo laboral son particulares. En otras palabras, los trabajadores viven una precariedad que es histórica y estructural, pero con características, intensidades y modalidades diferenciadas. Desde el punto de vista del discurso dominante, todos estos cambios son necesarios para afrontar la crisis que asola gran parte de los países centrales y también de los periféricos. Cabe destacar aquí el papel desempeñado por los organismos multilaterales ―especialmente el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio― encargados de definir directrices y difundir las recomendaciones de los ajustes que deben ejecutarse. Así, sostenemos que la precarización del trabajo y las estrategias puestas en marcha en el desarrollo de la dinámica capitalista ―como la flexibilidad y la subcontratación―, además de estar en la base del metabolismo del capital, se han constituido en una contra tendencia del sistema, en su período de crisis, para asegurar su expansión y reproducción. Esta contra tendencia busca, con base en el argumento de la inexorabilidad de los cambios, que se considere natural aquello que es inherente a la explotación del trabajo y se generen consensos en torno a la necesidad de adaptarse a las transformaciones consideradas en la actualidad como respuestas a las amenazas del desempleo. Ante las exigencias de la competitividad y rentabilidad a corto plazo, y con menor coste de producción, las empresas capitalistas responden con la institucionalización de medidas de flexibilización y desregulación del trabajo, modifican el patrón taylorista-fordista que, junto con las políticas sociales, crearon un mercado de trabajo formado por empleos estables, protegidos y con promesas de ascenso social e inclusión. El Welfare State representó, en esa perspectiva, la posibilidad de integración y cohesión social, principalmente a través de las políticas de empleo.

El llamado a que los trabajadores busquen sus propios empleos ―bajo la denominada “búsqueda activa de oportunidades”; así como la ampliación de las competencias individuales― constituyen el camino sugerido para hacer frente a la crisis. Con el argumento de que, individualmente, estos deben invertir en la ampliación de sus competencias y habilidades individuales para fortalecer sus posibilidades de empleabilidad, se responsabiliza a los trabajadores de su éxito o fracaso en el mercado laboral.

En este contexto, se observa que, en buena parte de Europa, en los países periféricos, y de Latinoamérica en particular, el discurso dominante desplaza la centralidad del trabajo hacia el valor “conocimiento”. La emulación para que los trabajadores amplíen sus conocimientos como forma de asegurar su inserción y posición en el mercado laboral cada vez más exigente y flexible se configura como la cara del proyecto moderno de la sociedad, compatible con la necesidad y las exigencias de competitividad e innovación de los mercados. Desde esta perspectiva, es el capital cognitivo o la economía del conocimiento lo que hace que un negocio sea competitivo y, por ende, sostenible.

Esta visión se traslada a las aptitudes y competencias que se le exigen al conjunto de la clase trabajadora que, en este momento, está llamada a pensar con vistas a crear e innovar, a diversificar y a diferenciar el proceso y el resultado de la producción, teniendo en cuenta la calidad de lo que se produce y evitando desperdicios en aras de la maximización de los beneficios de su empleador, el capitalista.

La implementación de políticas de austeridad y de estabilidad presupuestaria propuestas por el neoliberalismo han comprometido servicios básicos como la salud, la educación y la vivienda. Las reformas laborales se aceleran para contener los salarios y mantener la competitividad de los mercados. En este contexto de recorte de gasto público se produce un impacto brutal sobre la producción y el empleo, lo que genera un ambiente de recesión y de fractura social, puesto que las medidas implementadas ya no pueden esconder la ampliación de las desigualdades y el retroceso en los niveles de bienestar.

Estos constructos son los que están transformando a la ciudadanía, la referenciada en los marcos de la dinámica capitalista, caracterizada por la conquista de los derechos colectivos y una fuerte intervención del Estado aliada a una política de pleno empleo, dan origen al denominado pacto social fordista-keynesiano en los países donde priva el capitalismo más avanzado. En estas realidades lo que se observa es la (re)construcción de este proceso: a la reestructuración económica deben corresponderle otros compromisos, apoyados fundamentalmente en aspectos morales. Por lo tanto, una ciudadanía devaluada en sus principios y programas instituye un nuevo perfil de trabajador, apoyado en los deberes que cada ciudadano deberá asumir frente al Estado y la colectividad.

Después de que han sido conminados a compartir con el Estado las responsabilidades sobre su nueva condición de trabajadores flexibles y precarios, es importante restablecer la confianza de estos trabajadores en la reciprocidad y la cooperación, requisitos indispensables para el fortalecimiento de las sociedades en tiempos de radicalización de conflictos expresados en las manifestaciones sociales, aumento de la pobreza y de la violencia, y ampliación de las desigualdades sociales a escala mundial. De esta forma, los principios morales (deberes, obligaciones, voluntades) se enfatizan y los individuos se convierten en los únicos responsables de sus actitudes y comportamientos frente a los cambios del mercado laboral.

A medida que avanzan las formas flexibles de trabajo, la organización política de los trabajadores se ve profundamente afectada. Como parte de ese proceso, el desbaratamiento de los vínculos colectivos ante el desempleo, la deslocalización de procesos productivos, la externalización, la producción, la subcontratación, la flexibilidad y la desprotección del trabajo constituyen elementos que contribuyen, decisivamente, a reducir la capacidad de negociación colectiva de los trabajadores y a movilizarlos en defensa de sus intereses.

En los países dependientes y del capitalismo periférico, y particularmente en Brasil, lugar objeto de nuestros estudios e investigaciones, es consensual la discusión de que los mecanismos y estrategias derivados de la reestructuración productiva del capital fueron incorporados como parte de los procesos de modernización económica y, también, como necesidad de integración en la dinámica de la competitividad internacional. En los años 1990, los ajustes y las reformas económicas respondieron a las políticas neoliberales que se materializaron en privatizaciones, externalizaciones, liberalización comercial, reducción de la fuerza de trabajo mediante despidos y una intensificación de la precarización y de la flexibilización del trabajo. Desde entonces, se acentúa, en diversos sectores económicos y bajo el dominio de las finanzas, la tendencia mundial de desregulación de los mercados de trabajo, las relaciones laborales y la desprotección social del trabajo.

Como ya subrayamos en otros estudios, los datos sobre concentración de riqueza en el continente latinoamericano indican que las reformas sustantivas y estructurales podrían revertir la destrucción neoliberal de las políticas puestas en marcha por los sectores gubernamentales porque no se han constituido en una prioridad. Lo que se produce, y esta me parece una tendencia general, es un proceso acelerado y expansivo del desarrollo de políticas de excepción, de ingresos y de sustitución del derecho al trabajo.

Se trata, por lo tanto, de un proceso molecular que se transforma en proyecto, conducido por el Estado y por fracciones de las burguesías nacionales y locales; y que impactan todas las dimensiones de la vida social.

Más allá de responder a una estrategia más amplia de desarrollo en la periferia del capitalismo, las iniciativas de crecimiento económico con inclusión social- donde se origina el concepto de nuevo desarrollismo- son una mera apariencia. En efecto, lo que está en juego es la construcción de ideologías, cultura, consensos, con el objetivo de conciliar proyectos clasistas inconciliables, en favor de los intereses de la acumulación capitalista y de un pacto social entre las clases.

Es necesario precisar que este movimiento del capital actualiza herencias de antaño, y genera nuevas iniciativas -conservadoras, reaccionarias, xenofóbicas, machistas, misóginas- y que, en este período histórico se profundiza la destrucción de la humanidad, del medio ambiente, de las culturas de los pueblos originarios y de la pertenencia de los grupos sociales. En este contexto, emerge una cultura consumista, individualizada, una tendencia a la psicologización de la vida y un aumento de la superpoblación relativa en el mercado mundial. Se dejan los trabajadores a su propia suerte, insertados en el universo capitalista en condición de mercancía, se les fuerza a integrarse en su dinámica delante de la creciente inserción externa de los capitalismos periféricos, de la persistencia de la pobreza, del aumento y proliferación de los conflictos civiles y militares, y de las consecuencias de los profundos cambios climáticos.

Todos los días asistimos a la intensificación de los flujos migratorios y de las exportaciones procedentes de estos territorios, muchos de ellos participan de la división internacional del trabajo a través, fundamentalmente, de las exportaciones de commodities. Es un hecho que una gran fuerza de trabajo, ubicada en la periferia del capitalismo, ha ingresado en los circuitos económicos en proporciones aún desconocidas.

Es de este círculo de donde se alimenta el capital transnacional. Sin que sea venganza alguna, la disminución del salario opera para estos trabajadores; y, desde un punto de vista general, la devaluación de la fuerza de trabajo impulsa la competencia en escala global. En Latinoamérica, por ejemplo, la brutal reestructuración capitalista ha promovido una creciente desindustrialización de la economía, un aumento del desempleo y una concentración de ocupaciones en las áreas de servicios, las más precarias y desprotegidas desde el punto de vista de la seguridad social, de las condiciones de trabajo, de salud, y de reproducción social de la vida. Pese a que estos procesos no han ocurrido sin resistencias- y aquí podemos señalar las manifestaciones y rebeldías de los trabajadores en Brasil, Chile, Argentina, Uruguay y creo que también en Costa Rica-por distintas razones-, dichas resistencias no han sido suficientes para impedir la expansión capitalista en todas las relaciones sociales, y producir una destructividad sin límites.

El informe Panorama Mundial del Empleo 2016: Tendencia para la juventud presentado por la Organización Internacional del Trabajo- OIT- nos enseña que el desempleo global entre los jóvenes es de 71 millones, indicando una tendencia al alza.

Según este informe, 156 millones -37,7% de los jóvenes trabajadores viven en pobreza extrema o moderada, en relación con el 26% de los adultos. Los datos previstos de desempleo en el continente y en el Caribe deben alcanzar 17,1% en el 2017, lo que representa 9,3 millones de jóvenes desocupados. Esta situación acentúa la migración. En el mundo, en promedio, el 20% de los jóvenes que se ubica en la franja de 15 a 24 años ha expresado su disposición a emigrar hacia otros países en búsqueda de mejores condiciones de vida.

Estos datos evidencian la estrecha relación existente entre la precarización y la cuestión social en el mundo. En efecto, expresa una de las más brutales manifestaciones de la cuestión social con las cuales los trabajadores/as sociales deben enfrenarse a diario.

Lo que se consideraba una característica particular o una condición afecta a los países del tercer mundo o en desarrollo, la precarización se ha integrado en los marcos de las relaciones más generales de las economías, y se ha constituido en parte inherente de las dinámicas societarias.

La descalificación del Estado es parte del proyecto neoliberal y los límites de su intervención están determinados por este escenario mundial, donde se particulariza su acción. Democracia y capitalismo, como nos ha dicho la historiadora marxista Ellen Wood, constituyen una relación inconciliable y, por lo tanto, no se puede tener la ilusión de ampliar derechos y, a la vez, acumular capitales. La erosión de las instituciones estatales y sus regulaciones son condiciones para la liquidación de los derechos y, por eso, es tan fuerte la ofensiva en este momento histórico, en el sentido de la fetichización de la vida social, despolitización de las necesidades sociales, libertad de elección, oportunidades, competencias individuales, democracia restringida y de una ciudadanía indiferenciada, sin clases, sin pertenencia, es decir, sin historia.

Los límites de la democracia burguesa se van explicitando y la corrupción se transforma en un pretexto para la ausencia de participación política en la toma de decisiones; así, las responsabilidades se atribuyen solo a los gerentes de los negocios de la burguesía. Aunque sea un fenómeno real, la corrupción casi generalizada en las instituciones de nuestros países, emerge como uno de los mayores problemas de la política. Todavía es necesario tener claro que las estrechas relaciones entre lo público y lo privado son las que impulsan ese fenómeno, situación que no debemos tratar como una cuestión moral sino como una práctica que afecta al capitalismo y al fortalecimiento de sus intereses económicos.

Hemos sostenido, con una cierta dosis de un “pesimismo de la razón, todavía, con el optimismo de la voluntad”, que estos procesos significan, aunque llenos de contradicciones, un éxito para el capital. Pero, también analizamos que las clases se mueven en toda Latinoamérica y Centroamérica, pese a la criminalización de los movimientos, los intentos de consenso social y los discursos y prácticas que definen a los individuos como responsables de su éxito o fracaso.

Aun así, es necesario tomar conciencia de que todas las alternativas apuntadas hasta ahora por el capitalismo no conducen a la emancipación de los sujetos que, de hecho, producen la riqueza social. Todavía las cadenas que aprisionan a estos sujetos nos enseñan su fragilidad, puesto que amparadas en la intensificación de la explotación del trabajo ni siquiera han permitido conquistas civilizatorias para los hombres y las mujeres. Además, esas salidas a la crisis remiten a un agotamiento de esas posibilidades, porque no han resuelto los problemas fundamentales que constituyen la cuestión social y sus expresiones contemporáneas.

Los retos al Trabajo Social en el siglo XXI: algunas proposiciones

Desde el punto de vista del Trabajo Social, el escenario de las transformaciones sociales contemporáneas tiene serias implicaciones. En primer lugar, esas transformaciones afectan la profesión, en sus relaciones más generales, con el ámbito de la política, de la cultura, de la economía, de la organización social. Además, porque la ofensiva neoliberal ha producido una actualización de las prácticas y de las ideologías conservadoras, necesarias para la reproducción del capitalismo; situación que generó el empobrecimiento de la crítica a la sociedad burguesa, y al ascenso de ideas posmodernas y pragmáticas para enfrentar los fenómenos contemporáneos relacionados con la profesión. Es necesario subrayar que el Trabajo Social es una profesión socialmente determinada; por lo tanto, no escapa de las enajenaciones propias del trabajo en un ambiente capitalista.

Las dificultades son inmensas frente a la ola conservadora que se forma en todo el mundo; por ejemplo, la elección de Trump, en los EEUU; de Temer, en Brasil; del Brexit, del avance de partidos y organizaciones reaccionarias que imponen fuertes ataques sobre los derechos, particularmente los de la población inmigrante, negra, mujeres, personas con discapacidad, LGBTI…, y plantean alternativas, las más bárbaras y regresivas, en términos del odio de clase, género, etnias, etc.

Además, los reflejos de la influencia de otro tipo de matrices teóricas de comprensión de la realidad en nuestra profesión son visibles. Los recursos a la razón instrumental, al fragmento, a lo inmediato, a la descalificación de las concepciones totalizadoras impulsan el debate autonomizado de las identidades, de las territorialidades, de los sentidos de pertenencia que son difusos y mediados por las tecnologías de información, y reducen la dimensión intelectual necesaria para la comprensión de los procesos sociales.

Otros conceptos son difundidos por los intelectuales y, tanto las universidades como los profesionales, se apropian de ellos. Teorías sectoriales y ajenas a una formación crítica se utilizan para analizar la sociedad, y permiten un alejamiento entre teoría y práctica, estructuras y superestructuras, economía y política. Emprendimiento, políticas de activación, condicionalidades, capital cognitivo, empoderamiento, resiliencia. Todo eso se expresa en los nuevos lenguajes y construcciones ideológicas que adquieren fuerza material en la sociedad y orientan la perspectiva que vamos a asumir como trabajadores/as sociales en el presente. Las estrategias de la hegemonía burguesa no solo crean formas actualizadas de dominio, sino que la necesidad de develar las determinaciones históricas de ese proceso, se transforman en exigencias para nuestra profesión. De lo contrario, nos arriesgamos a convertirnos en una profesión técnica, con un peso gerencial en el sentido de manejar datos, organizar la burocracia, ejecutar políticas sin una actitud crítica, incidir en los comportamientos de los individuos, recrear “la vieja psicologización de la cuestión social”.

Desde el punto de vista del ejercicio profesional, en esta etapa histórica, los límites a la intervención son mediados por nuevas modalidades de contratación, vínculos de trabajos precarios, bajos salarios, inestabilidades, condiciones de trabajo que disminuyen el tiempo de ocio, así como el de la política. Por lo menos en Brasil, la “pura vida” está lejos de la realidad concreta en que viven los trabajadores/as.

Seguro que esas condiciones se expresan de forma distinta en nuestros países; en nuestra profesión están relacionadas con las formaciones socio-históricas, la socialización de la política, la naturaleza del Estado, los intereses de las clases y la correlación de fuerzas en presencia.

En cada coyuntura, las respuestas profesionales pueden asumir rasgos progresistas o conservadores. En las referencias teórico-políticas y las determinaciones más generales que se plantean en la sociedad es donde están implicados los proyectos profesionales, que pueden fomentar - o no - la crítica a la sociedad burguesa, sus límites y contradicciones, y, desde ahí, producir un conocimiento analítico sobre la profesión, la negación del existente, y la reproducción de las relaciones sociales capitalistas.

En este sentido, esas mediaciones coyunturales y reflexivas tienden a generar las resistencias y los aportes críticos a la comprensión de los fenómenos sociales contemporáneos, dándoles forma y contenido más allá de las apariencias con las cuales se presentan. Es decir, la dimensión intervencionista de la profesión debe, necesariamente, articularse a la dimensión investigativa en su sentido más amplio y sustantivo, con respeto a las ideas, pero sin dejar de lado una concepción crítica y totalizadora de las relaciones sociales como recursos fundamentales para fortalecer el colectivo profesional en la defensa de los derechos humanos, insertados en la defensa y ampliación de los derechos sociales, en la defensa de una democracia que signifique, de hecho, la socialización del poder político, con un horizonte de la emancipación humana y, por lo tanto, de un proyecto societario distinto del que tenemos en la actualidad.

Reconocer estos retos es reconocer que la pobreza no es igual a la cuestión social: ella tiene que ver con las relaciones históricas que se establecen entre pauperización y acumulación capitalista; con el hecho de que la sociedad civil es el espacio del conflicto y no de los consensos; y con la aceptación de que la gestión individualizada de las problemáticas sociales no ha resuelto la desigualdad social. Por ende, el compromiso profesional no es un asunto personal, o una consecuencia del esfuerzo individual de cada trabajador/trabajadora social: la condición profesional y la calidad de la intervención que se realice están mediadas por la correlación de fuerzas que se da en la sociedad, y por los proyectos sociales en disputa.

Tendencias complejas y distintas atraviesan el Trabajo Social en todas las latitudes de Latinoamérica y el Caribe. Tanto en el ámbito de la formación, de la práctica profesional, como en el de la producción de conocimientos, de regulación de la profesión y de la articulación con las luchas más generales en demanda de derechos, nuestro colectivo profesional ha mostrado su capacidad de reflexionar sobre los impactos que las reformas o, en otros términos, las contrarreformas neoliberales, siguen produciendo en la vida de las clases trabajadoras.

A mí me parece que, en este momento de crisis, pese a que las personas trabajadoras estén en posición desfavorable, las contradicciones también se profundizan y nos exigen un acercamiento a las luchas sociales y sus principales planteamientos; una lectura de la coyuntura coherente y calificada; una crítica contundente a los recortes presupuestarios y a los intentos de conferir a las políticas un carácter minimalista, focalizado y selectivo. El fortalecimiento de los espacios de la política, incluyendo aquí el espacio estratégico del colegio profesional, con su trayectoria de 50 años y sus luchas para garantizar las conquistas profesionales, los derechos de los/as trabajadoras/es y defender la legitimidad profesional es un imperativo en la actualidad.

Es seguro que en este proceso existen paradojas. Hay que reconocer que los retos son más grandes que nuestras distintas y particulares ideas por eso es necesario reafirmar el compromiso de reflexionar sobre el contexto, y analizar las posibilidades de intervenir sobre él tensionando los mecanismos que reproducen la sociedad y la hegemonía dominantes.

Creo que necesitamos intensificar los procesos de información y formación como parte de nuestro “hacer política”, ejercitando una dimensión que considere la profesión enmarcada en la totalidad de las relaciones históricamente determinadas. La dimensión intelectual, sin despreciar las dimensiones éticas, técnicas, operativas de la profesión permitirán el fortalecimiento de un protagonismo de los/as trabajadoras/es; razón por la cual, se acrecienta la necesidad de conocer las concepciones, los fundamentos, las contribuciones y las experiencias que están en marcha en el continente y que pueden sumarse, cada región con su particularidad, al esfuerzo colectivo de resistencia. Los ejes que serán debatidos aquí, son la muestra de que estamos en el camino correcto para enfrentar las problemáticas profesionales en relación con los procesos sociales.

Es esta la motivación que nos ha traído hasta este Congreso. Apostar por las proposiciones colectivas, internacionalistas, afirmando un proyecto ético, orientado a la defensa de la ampliación de los derechos; que proteja las conquistas logradas y preserve los espacios democráticos de intervención. Las contradicciones del sistema capitalista están en marcha, razón por la cual no nos podemos olvidar de las posibilidades de construcción de “Nuestra América”, aquella planteada por José Martí, para pensar los dilemas comunes, generales y particulares que afectan al continente, y permitan definir las estrategias que posibiliten la superación del orden burgués.

Referencias bibliográficas

Mota, Ana Elizabete & Amaral, Ángela. (2016) Cenários, contradições e pelejas do Serviço Social Brasileiro. São Paulo: Cortez Editora.

Netto, José Paulo. Crise do capital e consequências societárias. (2012) In: Revista Serviço Social e Sociedade.111. São Paulo: Editora Cortez.

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