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Servicio social y social work en América Latina
Freddy Esquivel*
Resumen
A inicios del siglo XX, por causa de la expansión del capitalismo monopolista en la configuración de las economías periféricas, se demandó, en América Latina, una praxis que interviniera en las secuelas de las condiciones materiales (objetivas y subjetivas) de reproducción social, especialmente encarnadas en las clases más expoliadas. El servicio social europeo y el social work anglosajón norteamericano fueron las principales plataformas que se institucionalizaron en la región ante esas devastadoras transformaciones.
Palabras Clave: trabajo social, historia, servicios sociales, ciencias sociales, capitalismo
*Profesor catedrático (VII) en Trabajo Social de la Universidad de Costa Rica (2015). Posdoctor en Trabajo Social y Política Social. UNIFESP, Brasil (2021-2023). Doctorado en Educación, UNED, Costa Rica (2008). Magister Scientiae en Trabajo Social, énfasis en investigación, UCR, Costa Rica (2003). Licenciado en Trabajo Social, UCR, Costa Rica (2002)
Entregado: 28-11-2023
Aprobado por el Consejo Editorial: 24-6-2024
Social Service and Social Work in Latin America
Freddy Esquivel*
Abstract
At the start of the 20th century, due to the expansion of monopolistic capitalism in configuring peripheral economies, Latin America required a type of practice that would intervene in the aftermath of the material (objective and subjective) conditions of social reproduction, especially those embodied in the most exploited classes. European social services and North American Anglo-Saxon social work were the main platforms institutionalized in the region, in response to these devastating transformations.
Keywords: social work, history, social services, social sciences, capitalism
*Freddy Esquivel Corella: Professor (VII) in Social Work at the University of Costa Rica (2015). Postdoctorate in Social Work and Social Policy. UNIFESP, Brazil (2021-2023). PhD in Education, UNED, Costa Rica (2008). Master of Science in Social Work, with an emphasis on research, UCR, Costa Rica (2003). Bachelor’s in Social Work, UCR, Costa Rica (2002).
Submitted: 28-11-2023
Accepted by the Editorial Board: 24/6/2024
Introducción
Este escrito fue redactado con la finalidad de proveer una base explicativa, historiográfica, sintética, contextual y analítica, sobre las dos principales praxis que se arraigaron en América Latina con la finalidad, aunque no exclusiva, de intervenir en las condiciones de reproducción material que se derivaron en ciertas fracciones de las clases más pauperizadas debido a la expansión capitalista monopolista.
Ante ese desafiante y complejo escenario referencial, se realiza el esfuerzo de situar las coyunturas que apalancaron la institucionalización del servicio social y, especialmente, el social work en Latinoamérica.
El foco inequívoco para adentrarse en el análisis propuesto, se halla, tal y como se subrayó antes, en el estudio del modo de vida capitalista, en un determinado momento de su madurez que, en el plano internacional, deviene de la era del capital de los monopolios (Netto, 1992), con las implicaciones que significó para América Latina como periferia (Bambirra, 2013).
La exposición que prosigue brinda, en primer lugar, unas coordenadas elementales que permiten aprehender la naturaleza del servicio social de origen europeo, y del social work norteamericano anglosajón, así como la de sus primeras expresiones en Latinoamérica.
Posteriormente se plantean una serie de argumentos críticos sobre la penetración de estas praxis y su lugar como referencias para la institucionalización del servicio social y el trabajo social (traducido así en algunos países el social work) que se propaga en varias naciones, universidades y regiones de manera diferenciada y con perfiles muy heterogéneos.
Finalmente, se propone un apartado de conclusiones que destaca el necesario reconocimiento de la diversidad que institucionaliza, hasta el día de hoy, a este diverso colectivo de agentes, sus academias, organizaciones gremiales y nichos de reproducción socio-laboral.
Servicio social europeo
La noción servicio social, aparte de ser referente histórico en el campo profesional, en especial en el sur de América Latina, es de uso común en algunas naciones como Portugal, Brasil, Cabo Verde, Angola y Mozambique en la actualidad (Marques & Schmitt, 2021).
Genéticamente fue entrelazada con una importante malla de regulaciones de la vida civil-social, propias del ordenamiento de la sociedad burguesa occidental (Martinelli,1997); emerge en Europa, a fines del siglo XIX, principalmente en países como Holanda, Francia, Bélgica, Alemania, Suiza e Inglaterra (ONU, 1958), y se engarza en un proceso de desarrollo bastante maduro del capitalismo industrial de expansión monopolista (Netto, 1992).
Por tanto, se vertebra con una sustancia modernista significativamente institucionalizada (así como con tensiones oscilantes antimodernas y premodernas con influencia teológica católica y protestante;) (Siqueira, 2022; Parra, 1999), la cual se instaura a partir de referentes deslindados del renacimiento, el iluminismo y los postulados del liberalismo (Casullo, Forster y Kaufman, 2009).
En la avanzada de la gesta intelectual que acompañó ese proceso -el positivismo francés e inglés- se instituyen como la física social que trataría de explicar las relaciones sociales del orden burgués (Fernández y Palladino, 2011), sus conflictos de clase; en especial con el proletariado, y se orienta de acuerdo con los parámetros que inspiraban las ciencias naturales y su desarrollo en la época. Sin embargo, para el campo profesional en estudio, el sesgo positivista fue entreverado con tensiones debido al acento confesional que prevalecía en muchos de sus presupuestos (Cabrera, 2013; Morán, 2006).
La génesis del proceso académico-formativo transcurrió mediante el reconocimiento público de ciertas prácticas civiles o confesionales y, posteriormente, certificó paulatinamente, cuadros técnicos en muchas ocasiones fuera de los claustros universitarios y, tradicionalmente bajo el alero estatal, tal y como ocurrió en Países Bajos (antes Holanda) en 18991 (Kendall, 1969).
Por lo tanto, es posible reconocer que debido a la imbricación, principalmente del Estado moderno europeo, el servicio social es vinculado de manera más primigenia a los razonamientos lógicos del positivismo (se filtra al ámbito de los servicios sociales, la legislación social-laboral y, de manera más compleja, al de la política social), lo cual se ilustra en sus internudos con la biología criminal, el conductismo ortodoxo, el derecho positivo, el tratamiento mecanicista de la salud y el medio ambiente habitacional de la urbe (Bergalli, Bustos y Miralles, 1983); además de ello, se puede adicionar lo siguiente:
De tal forma, para nada es extraño que la sociología y la economía política (sin su crítica) asciendan como disparadores de la primera expresión de la formación en el Servicio Social; ahí se trama un ángulo de tratamiento de la vida social (…) A ello, cabe anotar, que el Servicio Social entra en escena cuando las ciencias sociales (basadas en los presupuestos de la sociología) empezaban a fragmentar la vida social como espectro de análisis (…) El conocimiento científico positivista de la época fue desbordado por la incertidumbre que arroja el conflictivo mundo obrero; (…) conocer era insuficiente: fue determinante intervenir ante una complejidad extraña ante las emergentes ciencias sociales (…) se esperaba que sus actuaciones tuvieran un efecto que erosionara el ímpetu de la “cuestión social”, pero además, generara conocimiento sobre los hábitos y patrones de reproducción de la clase proletaria, para idear acciones que se dirigieran a atender algunas de sus exigencias, en tanto se reformularan para los intereses de las burguesía, los capitalistas industriales y otros círculos conservadores (Esquivel, 2020, pp.226-227).
Además, se puede agregar:
Para el campo profesional en estudio, se le plantean una serie de demandas que ningún otro agente social había tenido que resolver en la historia, en tanto esta sociedad es la primera que avanza sobre patrones en los cuales se evoca políticamente un orden social diferenciado de una manera distintiva al esclavista o feudal (incluso bajo argumentos de igualdad, fraternidad y libertad), pero que a su vez, transmuta esas promesas modernistas y las instrumentaliza para el asentamiento y prolongación de una hegemonía asociada a una clase que liderará un nuevo ordenamiento y modo de producción y que intensificará las contradicciones2 que encallaron a la humanidad hasta este borde de la historia (Esquivel, 2014, p. 92).
De tal manera, ese servicio social tradicional se caracterizó por perfilar:
(…) una práctica empirista, reiterativa, paliativa y burocratizada, orientada por una ética liberal-burguesa que, desde un punto de vista claramente funcionalista, buscaba enfrentar las incidencias psico-sociales de la “cuestión social” sobre individuos y grupos, siempre teniendo como presupuesto el orden capitalista de la vida social como hecho fáctico ineliminable (Netto, 2007, p.72).
Parte de los andamios que demandaron y sustentaron el requerimiento de esa profesión, provinieron del surgimiento de las relaciones familiares, de clase, del Estado y del derecho (con áreas como la civil, familiar, laboral y social), que emanan conflictivamente de la sociedad burguesa -en su expresión más amplia-, en especial en las décadas finales del siglo XIX (Morales, 2015), ante de emerger de la “cuestión social” (Mallardi & Fernández, 2019).
Brevemente, cabe recordar que la noción “cuestión social”, determinante en la naturaleza del servicio social tuvo como asidero los siguientes elementos:
La misma se forjó en condiciones particulares como: 1-Germina en un ámbito principalmente metropolitano. 2- Se interrelaciona con la vida material que se despliega alrededor de los parques industriales. 3- Se encarna en las posibilidades de reproducción existentes en concentraciones proletarias (empleadas, subcontratadas y sin trabajo) 4- Se perfila a partir de una plataforma de movilización política e ideológica, de extracto sindical y/o partidista. 5-Contiene una agenda de demandas y negociación permanente en materia de asistencia, seguridad, protección y atención social (laboral y salarial) 6-Está directamente coligada a luchas clasistas sistemáticas y permanentes, aunque con oscilaciones históricas a partir de las fuerzas sociales que la instituyen en definidas coyunturas (Esquivel, 2013, p.79)3.
Ahora bien, es importante resaltar que la institucionalización del servicio social europeo, acompañó la expansión del capitalismo colonial en América Latina (fundamentalmente en el sur) tal y como lo ilustra la siguiente cita textual:
El Servicio Social fue implantado en América Latina justamente en este período de 1925-1936, por una especie de trasplante europeo, sin vinculación directa con la estructura y las formaciones sociales latinoamericanas. (…) El Servicio Social se vio ligado a instituciones del Estado y particulares que empezaron a emplear estos profesionales formados en las escuelas recién fundadas por monjas católicas, belgas y francesas. Los métodos de enseñanza y de trabajo fueron copiados de las escuelas europeas con una ideología determinada: servir al sistema existente, esto es al capitalismo, en el sentido de corrección de sus problemas disfuncionales (Faleiros, 1976, pp. 20-21).
En síntesis, la expansión del capitalismo monopólico fue el propulsor del desplazamiento y de la demanda de la institucionalidad del servicio social, tanto en Europa como en el sur de América.
Ese proceso, con sus contradicciones constitutivas, estaba impregnado de modernismo, antimodernismo y premodernismo que, en conjunto con el asidero teológico cristiano (católico y protestante), se instituyeron como referentes importantes de su sincretismo genético.
La estructuración racional positivista (francesa y británica), así como la búsqueda de legitimación de la socialización y sociabilidad burguesa apalancaron la instrumentalidad de este conjunto de agentes que maniobrarían e intervendrían en variables cotidianas de las clases que viven de la venta de su fuerza productiva, principalmente del proletariado urbano (empleado, desempleado, subempleado).
El ascenso del servicio social en el campo intelectual académico universitario fue escalonado debido a la demanda de referentes explicativos ante la complejidad social a la que se enfrentaba, así como al reordenamiento de la división social del conocimiento que habían instaurado las ciencias sociales, de las cuales se impregna, junto a otros saberes como el filosófico, humanista, económico, salubre, agrícola y educativo, según los contextos y demandas a los que se va enfrentando en su desarrollo, en cada configuración de sociedad y patrón capitalista (por ejemplo central o dependiente) del que forma parte y es resultado, tal y como aconteció en Latinoamérica, potencialmente en el cono sur, donde marcó importantes diferencias con el social work derivado de los Estados Unidos, tal y como se explica en el siguiente apartado.
Social work, made in USA
La génesis del social work estuvo muy arraigada en el mundo anglosajón, lo que puede observarse especialmente en el proyecto industrial de los Estados Unidos a fines del siglo XIX e inicios del XX (Payne, 2005). Proyecto que derivó orgánicamente de la sociabilidad que ahí germinó (pragmatista, protestante, puritana conductista, funcionalista e imperialista), con algunas impregnaciones racionalistas de la sociedad inglesa (Muñoz, 2015).
Acerca del uso del término social work, es importante transcribir la siguiente explicación:
(…) la necesidad de un término inclusivo se hizo imperativo, y “trabajo social” fue el resultado. Es difícil decir cuándo y cómo se originó el nombre, pero así se comienza a referirse a los miembros de la Conferencia Nacional como “trabajadores sociales”, y a los intereses representados en la conferencia como “trabajo social”, y en 1904 o 1905 el término era de uso general, aunque el nombre de la conferencia no se modificó hasta 1916. No es del todo satisfactorio como nombre, porque las dos palabras que lo componen tienen un significado tan amplio que lógicamente incluiría toda actividad humana llevado a cabo en asociación. (…) Es al menos preferible a la torpe noción de “trabajo de bienestar social”, y al “servicio social”, ya que el robusto “trabajo” anglosajón no lleva ninguna sugerencia de distinciones de clase asociadas con “servicio” (…) En cualquier caso, “trabajo social” ahora parece estar firmemente establecido en el uso actual (…) (Devine, 1922, pp.17-18) (traducción libre).
Esa categoría, se apuntaló en la psicologización que nutrió el american way of life y que, más adelante, tomó su forma icónica del traslado del social work a América Latina, léase:
(…) encuadra las refracciones de la “cuestión social” en el ámbito de la personalidad, y en seguida, en el de la relación interpersonal (tal y como se va a configurar el Servicio Social de Grupo, con marcados influjos de la dinámica y de la terapia grupal) (Netto, 1992, p. 124).
La fuente anotada hace otro señalamiento preciso, en tanto que avanzada la madurez del social work, se contienen, entre otros, los planteamientos de Mary Richmond (heredera de James4, Dewey5 y Mead6; Miranda, 2011; González, 2012) y se asiste a una penetración progresiva de:
(…) influjos científicos de la psicología- lo que se hace sin un examen de los presupuestos anteriores y actuales, comprendiéndose el giro como un paso en frente en una evolución lineal (Netto, 1992, p. 174).
Además, en ciertas parcelas del social work, con el paso de las décadas, se edificaron algunos perfiles explicativos desde el psicoanálisis (Yelloly, 1980; Pearson, Treseder y Yelloly, 1988).
El social work, resultado del avance industrialista en los Estados Unidos de América, se instituyó con algunos rasgos similares a los existentes en Europa continental debido a tensiones entre las condiciones de vida de la clase obrera urbana (Vidal, 2016), la emigración del campo a la ciudad (Reisch,1998), las formas de explotación del trabajo y las presiones de la organización sindical y civil, principalmente (Martinelli, 1997).
En relación con lo anterior, debe subrayarse, entonces, que el modo de vida capitalista que se alineó en ciudades como Carolina del Sur (Columbia), New York, Massachusetts (Boston) y Chicago -cuna de las primeras escuelas de esa configuración profesional- (Healy y Link, 2012), colocó el “social problem” en la esfera de las conductas y las personalidades (Lubove, 1965), así como en asuntos de derechos civiles individuales y, posteriormente, en la órbita de cierta reforma social (Martínez, 2000).
Las bases de las luchas trabajadoras en los Estados Unidos poseían inicialmente variaciones en el caudal histórico de combate, resistencia y conquista socialista, comunista y anarquista, que se había esculpido en el viejo continente (Vidal, 2016); aunado a eso, lo que la doctrina social de la Iglesia católica catalogó como “cuestión social”, en estas latitudes era aprehendida bajo otros parámetros; o, bien, la noción de “social problem”, como se anotó antes, adquirió más legitimidad en el discurso público, con razonamientos pragmatistas (Miranda, 2003) y también protestantes (Weber, 2004).
Puede agregarse, en ese mismo sentido, lo siguiente:
Problema social” es otro término de uso cotidiano que ha llegado a tener un sentido especial, difícilmente justificado por el significado literal de sus partes. Cualquier cuestión de interés común para los miembros de la sociedad (…) Pero la combinación ha adquirido un contenido más restringido y en este sentido se usa para significar alguna condición problemática o dificultad, de tal naturaleza, y de tal magnitud, que afecte apreciablemente el bien común, que no puede ser manejado por los individuos inmediatamente afectados, o por la sociedad y las instituciones económicas y políticas que sirven a los miembros de la sociedad. Los problemas fundamentales son la pobreza, la enfermedad y el crimen (Devine, 1922, pp.19-20) (traducción libre).
Al respecto Nisbet (1979) escribe:
No puede decirse que hubiera muchos sociólogos americanos durante la primera mitad del siglo XX que pasaran mucho tiempo pensando en los grandes procesos de declive y civilización, aunque la idea se cierne en el ambiente y se manifiesta en algunas obras de Sumner (…) Hubo otros, pero donde más claramente aparece en la sociología americana el espíritu o la psicología de la degeneración (…) es en la atención casi obsesiva que se presta a la idea de la desorganización social, concepto que hacia principios del siglo XX había ido suplantando progresivamente al término, más viejo, de «problemas sociales». La idea de que las formas de conducta declaradamente patológicas que aparecían en la sociedad -crimen, pobreza, divorcio, alcoholismo, enfermedades mentales, etc.-eran algo más que discretas violaciones de la moralidad ordinaria, como se ha sostenido tanto tiempo, y que eran cambios de un proceso, la desorganización social, que afectaba a toda la sociedad; éste fue en muchos sentidos un cambio importante en la naturaleza de la sociología de los Estados Unidos a comienzos de siglo [XX] (p.204).
Es posible constatar, entonces, que la principal sustancia filosófica del social work repunta con el pragmatismo (Kruse, 1972) y el utilitarismo (Madrigal, 2010), tan propios de la cultura anglosajona (Meyer, 2010), sin dejar de reconocer elementos primigenios del positivismo más maduro que expresan el funcionalismo, el estructuralismo y el conductismo (Kisnerman, 1974), los cuales se concretaron en ciertas e importantes orientaciones psicológicas, psiquiátricas, criminológicas y médico-biológicas que se reflejan en la bibliografía de las primeras décadas, editada en Estados Unidos (Devine, 1912; Richmond, 1917; Devine, 1922; National Conference of Social Work, 1926; Bruno, 1948).
El social work, derivado de la sociabilidad imperante en los emporios urbano-industriales de Estados Unidos, se extendió potencialmente7 hacia Canadá8 y, a partir de la década del cuarenta del siglo XX; incluso al inicio de la Segunda Guerra Mundial, a Centroamérica9. Casi tres décadas después, se localiza en otras partes del Caribe (República Dominicana, 1966, Cuba, 1972, Haití, 1974; Esquivel, 2006; Molina, 2017).
Con los Estados Unidos afianzando sus maniobras imperialistas en el mundo occidental, el social work se infiltra con mayor potencia en los países del cono sur de América Latina, canalizado por un conjunto de organismos de alcance internacional y regional (Fallas, 202310), y se amalgama hegemónicamente con la herencia europea del servicio social (Palma, 1977; Castillo, 1980).
En América Latina las interconexiones con el social work se aglutinaron parcialmente desde la crisis capitalista de 1929, y se desatan con más bríos desde la II Guerra Mundial, combinando The New Deal, la Alianza para el Progreso y la política de Monroe para la región (Mojica, 1977).
Por tanto, es evidente que el social work, resultado de contextos y condiciones bastante extrañas para América Latina (piénsese en los patrimonios de los pueblos originarios, la colonización y las dinámicas geopolíticas y culturales, así como sus pugnas independentistas, identitarias y doctrinales, solamente para ejemplificar), afincó su hegemonía acompañando un doloroso proceso de recolonización imperialista, sometimiento, asedio y extractivismo.
Su práctica, finalmente, se acentuó en los axiomas individualistas, psíquicos, psiquiátricos, criminalistas, moralistas (acentuando postulados protestantes y utilitaristas), como coordenadas de intervención a lo que se etiquetó como social problems.
Caleidoscopio latinoamericano y praxis diferenciadas
Rigurosamente, servicio social y social work son configuraciones específicas derivadas de la compleja reproducción de la sociedad burguesa capitalista occidental; empero, se consideran sinónimos o términos estrictamente indiferenciados, que aluden a determinadas prácticas y debates profesionales, aún en la contemporaneidad.
De hecho, los procesos, coyunturas y contextos regionales, nacionales e intranacionales, así como determinadas tendencias históricas11 han moldeado esas praxis, relacionadas con el análisis e intervención en las condiciones materiales de reproducción social (objetivas y subjetivas) derivadas del modo de vida capitalista (su socialización, sociabilidad y vida cotidiana), las cuales, se corporeizaron a lo largo y ancho del continente12 -así como en otros espacios del mundo13-, atenazando de manera importante su sustentación, direccionamiento y materialización (Grazziosi, 1976; Alayón, 1982; CELATS, 1983; CELATS, 1985; Healy & Link, 2012; Fernández & García, 2015; Iamamoto & Santos, 2021).
Es evidente que el desarrollo del capitalismo en América Latina se ha acompañado de violencia, patriarcalismo, adultocentrismo, exterminio por esclavismo (trata y explotación), extractivismo, genocidio de pueblos originarios, racismo, etnocidio sistemático, imperialismo y colonialismo, que se han esculpido como piezas ineludibles para el análisis de las condiciones de vida en el continente14 (Viñas, 1972; Aguilar, 1979; Baran & Sweezy, 1982; Cerdas, 1997).
Todas esas configuraciones se han edificado mediante trazos históricos que las saturan de tensiones y contradicciones, tanto por las acciones de los Estados, las oligarquías y burguesías locales, como por parte de los organismos multilaterales y regionales, donde tienen cada vez más protagonismo las corporaciones y multinacionales que han profundizado las maniobras de explotación del trabajo (y la búsqueda de aniquilamiento de sus expresiones de resistencia); sin omitir las devastaciones desatadas en el medio ambiente y en los patrimonios culturales provocadas por la agenda de las potencias de la burguesía mundial (Theis, 2009; Osorio, 2012; Barradas, 2018).
Por lo expuesto, se puede distinguir que, tanto el servicio social, como el social work y sus derivaciones en América Latina, se nutrieron de confrontaciones clasistas propias de las sociedades capitalistas en una determinada coyuntura de la historia, como fue el inicio del siglo XX.
Entre esas determinantes orgánicas, se pueden citar la crisis capitalista europea de finales del siglo XIX, así como la expansión del capitalismo industrial, bancario y financiero (Marini, 2015), las transformaciones y crisis globales particulares del capitalismo dependiente latinoamericano (Marini, 1981); en especial, alrededor de las dos grandes guerras mundiales15 (Hinkelammert, 1970).
Lo anterior repuntó en el singular robustecimiento de la “cuestión social” en los cascos urbanos, tanto por la expansión del capitalismo y sus atroces maniobras de explotación del trabajo, como por el engrosamiento y cualificación ideo-política y cultural de las entidades obreras y otras parcelas de la clase que viven del trabajo (Antunes, 2001; Pastorini, 2020).
Además, las tensiones desencadenadas por el enfrentamiento que ocurrió entre diferentes movimientos sociales –en las que destacan la lucha campesina (Mançano, Rincón y Kretschmer, 2018), afrodescendiente (Lao, 2009) y de los pueblos originarios (Tunubalá & Muelas, 2010)- actúan contra las oligarquías y las burguesías que, también han vivenciado confrontaciones intestinas desde hace varias décadas hasta la actualidad (Boron, 2004).
Con igual importancia se evidencian, en el patrimonio latinoamericano, las gestas de talante revolucionario y antiimperialista (algunas armadas), especialmente las que confrontan el colonialismo de los Estados Unidos (Dufour,1969; Guevara, 2013).
Todo lo anterior se enlaza con la intervención capitalista-estatal por medio de las políticas sociales institucionalizadas en servicios sociales16 (Iamamoto, 1995), como recurso para incidir en la dinámica económico-política, neutralizar ciertas disputas contrahegemónicas, y modular maniobras de legitimidad17, que se alinean parcialmente en un complejo burocrático y legal, cada vez más influenciado por las lógicas que permean el autoritario capitalismo periférico (Sotelo, 2012; Behring, 2021).
Esas condiciones abrieron sendas para la legitimación laboral de ese universo de agentes y de sus gremios relacionados con el estudio; pero, ante todo, para la intervención en las condiciones sociales de reproducción, en la vida cotidiana, en la socialización y la socialización imperante.
Lo anterior derivó en el repunte de un espectro académico, cada vez más vinculado al marco universitario, y a la definición de los encuadres culturales, políticos, ideológicos, legales, administrativos e institucionales, indispensables para su reconocimiento social (ECRO, 1969; CELATS, 1985; Caballero, 1987; Gonçalves, Rodrigues y Pereira, 2020).
Justamente, a partir de lo antes mencionado, es comprensible entender la heterogeneidad de las configuraciones que nutrieron tanto al servicio social como al social work, y a sus expresiones en Suramérica, la región andina, Centroamérica, México y el gran Caribe (Cornely, 2003; García, 2019; Meoño, 2019).
A pesar de ello, es posible dar cuenta de que la base más amplia de sustentación profesional en estos países fue determinada por una fuerte impronta empirista primero, (Torres, 1986) y positivista18 después, que se intercaló con referentes funcionalistas (García, 2023), pragmatistas (Guerra, 2013) y estructuralistas (Hudson, 1978), los cuales, se amalgamaron en procesos académicos y gremiales (Rozas, 2004; Cabrera, 2013; Fuentes y Cruz, 2014), así como en el asidero ético (Brites & Barroco, 2023), ideológico (Faleiros, 1997), político (Palma, 1985) y cultural (Vivero, 2017) -destacando vectores aristotélico-tomistas (Bautista y Castillo, 2020), protestantes (Barnhart, 1972) utilitaristas (Úriz, 2019), liberales (Gómez, 2017), conservadores (Barg, 2008), reformistas (García, Nogués, Martín y Roldan, 2014; Verde, 2021), socialistas utópicos (Parra, 1999), existencialistas (Osvalde, 2017) y socialdemócratas (Ford, 2023), entre otros19; por lo que retomando a Bentura y Vecinday (2019), se confirma que se está frente a un espectro heterónomo.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la esencia formativa, la estructura curricular y la explicación de la instrumentalidad profesional, en bastantes sociedades de América Latina tendió incuestionablemente (y todavía lo hace con algunos rasgos significativos en un número nada despreciable de países) a responder ante las direccionalidades que se heredaron de la forma en que se erigió y diseminó el social work desde los Estados Unidos (ONU, 1958; ONU, 1965; Healy y Link, 2012), y que subsumieron o amalgamaron parcialmente, y en determinados países y regiones, referentes del servicio social europeo, o bien, los perfiles que se habían gestado en las diferentes coordenadas (Lima, 1983; Netto, 2017).
Esta preponderancia del social work en América Latina, como pieza de la expansión del imperio de los Estados Unidos, fue uno de los ejes más confrontados en la región; aunado a ello, el legado europeo también requirió ser interrogado (Ander-Egg & Kruse, 1970; Faleiros, 1976; Escalada, 1986).
No es sino hasta avanzada más de la mitad del siglo XX que, en una gran extensión de Latinoamérica, se articula el Movimiento de Reconceptualización, que constituye la base para apalancar la crítica; este movimiento se puede explicar como una inflexión política, ideológica, teórica y cultural, en el que se colocaron pluralmente un conjunto de debates liderados por los proyectos profesionales que se gestaban en América del Sur20, importantemente asociados a luchas populares (campesinado, movimiento estudiantil, pueblos originarios, clase trabajadora y mujeres), estrechamente vertebrados a procesos de democratización contra las dictaduras militares, cívicas, eclesiásticas y burguesas, así como en oposición a las potencias imperialistas y a las prácticas autocráticas estatales dominantes (Alayón, 2005; Yazbek & Iamamoto, 2019).
A modo de cierre
Lo explicado anteriormente demuestra que, tanto el servicio social, como el social work, se derivaron de sociedades capitalistas relativamente maduras en la era monopolista, con estados modernos, complejas relaciones de mercado y de sociabilidad, donde imperaba un marco de legalidad sustanciado por patrones políticos, filosóficos y éticos, legitimados por la sociedad burguesa (cada vez más extendida por occidente).
En consonancia con lo anterior, es importante subrayar que la relación orgánica que se establece entre las categorías profesionales y las formas de someter y explotar el trabajo, entre las relaciones de clase, de la institucionalidad de la propiedad privada, de la familia monogámica patriarcal, del aparecimiento del Estado, de patrones políticos, filosóficos y éticos hegemónicos, que actúan como soporte de determinadas prácticas de la era capitalista burguesa, han sido históricamente transversalizadas.
Lo anterior permite comprender que es imperativo superar el establecimiento de personajes21, fechas, períodos o lugares, para, más bien, develar los procesos dialécticos que los han mediatizado e institucionalizado.
Lo anterior implica superar como punto de análisis privilegiado (sin negar su importancia), la aparición formal e institucionalizada de entidades como escuelas, facultades, gremios o colectivos, ya que estas expresiones sintetizan configuraciones históricas de fuerzas, contextos, coyunturas, intereses y enfrentamientos sociales de más larga data, con oscilaciones nada homogéneas e inmediatas, cuyas raíces se encuentran en el modo de vida capitalista (su sociabilidad y socialización), que adquiere un cuerpo diverso en América Latina – y el orbe-, con más potencia, a mediados del siglo XIX.
De tal manera, no podría afirmarse que estos universos profesionales tomaron cuerpo como resultado de una plataforma académica únicamente. Sus contenidos formativos y de intervención son la manifestación de variadas inflexiones que los han ido transfigurando a lo largo de la historia como, por ejemplo, la demanda de sus puestos de trabajo, la circunscripción de sus atribuciones y áreas privativas; o, bien, la definición de la sustancia de su legitimación social en determinados marcos administrativos, legales y éticos que sancionan y regulan el ejercicio profesional. Paulatinamente se propusieron agendas para los encuentros gremiales, académicos, nacionales, internacionales e, incluso, mundiales.
Señala Kendall (1969): “Mientras tanto, en Ámsterdam en 1899, los reformadores sociales holandeses, junto a los que luchaban los defensores de la emancipación femenina y los socialistas liberales, iniciaban la que fuera la primera Escuela de Servicio Social en gran escala en el mundo (…) Quedaba abierto el camino a la educación profesional” (pp.48-49).
2Donde se observa una regresión conservadora que erosionó los ímpetus que apalancaron la emancipación humana, prometida contra el antiguo régimen feudal, estimada por Marx, según el análisis de Lukács, como una decadencia ideológica (Lukács, 1968, pp.59-61).
3Se recomiendan los interesantes artículos de Netto (2003) y Antunes y Texeira (2022).
4William James (1842-1910) sobre el cual se destaca: Analizó todos los aspectos humanos: conducta, percepción, sensación, cognición, hábito, volición, instinto, conciencia, personalidad y experiencia religiosa. Proporciona un gran alcance a la psicología, a la que define como la ciencia de la vida mental. Su obra más conocida: “Principles of Psychology”, fue utilizada como libro de texto durante muchos años en varias universidades americanas (…) (Sos, 1994, p. 381).
5John Dewey (1859-1952), el cual desarrolló un importante aporte al debate de la pedagogía y al análisis del conflicto social en Estados Unidos a fines del siglo XIX e inicios del XX (Mattarollo, 2023).
6Georg Mead (1863-1931), quien según Travi (2011), influenció fuertemente la obra de Richmond a partir de la tesis de que la sociedad es fuente y origen de la personalidad.
7Con la excepción de Puerto Rico, donde, según Cabrera (2014), inician los primeros cursos desde 1919, lo que hace interrogarse si realmente fue en Chile la primera expresión formativa de este colectivo para América Latina.
8En Canadá desde 1924, estableciendo su primera unidad académica en Toronto (Hick, 2009).
9 Costa Rica fue el primer país del istmo en fundar una escuela de esa profesión en 1942 (Beeche, 1951).
10 Tales como: Organización de Naciones Unidas (ONU), Comisión Económica para América Latina (Cepal), Centro Regional de Educación Fundamental para América Latina (Crefal), Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), Organización de Estados Americanos (OEA), Agencia Interamericana de Desarrollo (AID) e Instituto de Solidaridad Internacional de la Fundación Konrad-Adenauer (ISI).
11También institucionales, intelectuales, culturales, formativas y de asalariamiento.
12En letras de Marini (2015): (…) “sólo en el curso del siglo XIX, y específicamente después de 1840, su articulación con esa economía mundial se realiza plenamente. Esto se explica si consideramos que no es sino con el surgimiento de la gran industria que se establece en bases sólidas la división internacional del trabajo” (p.112).
13Li, Yu, Zeng, He (2019); Xie (2022).
14Ello se sustenta en la explicación que brinda Marx (2000) en el capítulo de “La llamada acumulación originaria”, pp. 607-649.
15Para el particular del campo profesional ver: Mojica, 1977; Macías y Lacayo, 1976; Borgianni y Montaño, 2009; Guerra, 1979.
16El espectro estatal se define como una de las principales plataformas de la arquitectura que orientó la legitimación de los campos profesionales en estudio, en función de que de ahí se derivaron paulatinamente, los principales ejes que pautaron materialmente la práctica de esos agentes: los servicios sociales, la legislación civil, laboral y social, así como las acciones coercitivas y, desde luego, con más especialización burocrática y tecnocrática, lo que luego se conocerá como “política social” (Oliva, 2001; Behring, 2002; Araújo & Gois, 2014; Fallas, 2019).
17Para ello, quien lee, puede referirse a Lima (1977); Borgianni y Montaño (2004); Mallardi y Fernández (2019).
18Rozas (2009) también recalca: “(…) podemos sugerir que el positivismo y el marxismo en tanto tendencias teóricas, siempre han estado y están presentes en el Trabajo Social. Sin embargo, es necesario resaltar que estas grandes matrices, reaparecen “metamorfoseadas” en las teorías contemporáneas que moldean de manera dispersa el universo discursivo de los profesionales” (p.208).
19Léase: Grazziosi (1976); Barroco (2004); Fernándes (2018).
20Se insiste en la existencia de diversos espacios y recursos de intercambios profesionales en América Latina, tal y como lo ilustra Dupont (1984).
21Contemporáneamente una propuesta centrada en esa dirección se deslinda de las producciones de Travi (2014; 2014a).
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